María Canora, en su obra “El orden Mundial”, se explaya sobre la situación en Latinoamérica, convertida en la región más violenta del mundo pese a no ser zona de conflictos bélicos. La existencia de grupos paramilitares y especialmente la actuación de las “maras” o pandillas, tienen mucho que ver con el clima de violencia que azota el centro sur del continente. Partiendo del análisis de la autora me he permitido hacer las siguientes reflexiones:
Más allá de toda la idealización, curiosidad o misterio que podamos crear alrededor de las mafias, estas no deberían ser motivo de admiración, pues ni sus actos son admirables, ni su historia reciente lo es. Las más antiguas se remontan a los siglos XVII y XVIII, como son la rusa o la japonesa, pero es en el siglo XIX donde hallamos su fase de mayor evolución y expansión, con su centro en Sicilia, Italia.
Estas bandas de crimen organizado surgieron en una época económica y judicialmente turbulenta. Pero podríamos decir que, lo que en su momento surgió para luchar contra las reminiscencias y problemáticas del feudalismo, hoy en día ha evolucionado hasta convertirse en toda una red ilegal tremendamente sigilosa y organizada, que administra la “justicia” de su propia mano y opera de forma independiente al Estado.
Actualmente, la situación del continente sudamericano es crítica, con una profunda pobreza generalizada y una situación criminal exacerbada. La más alarmante es la situación de Guatemala, Honduras y El Salvador, también conocido como el “Triángulo de la muerte”, pues últimamente se ha convertido en el enclave geográfico estratégico para las rutas comerciales del narcotráfico y la compraventa de armas. Este fenómeno ha sido el causante de un gran movimiento de emigración por parte de la población autóctona, que se dirige a Estados Unidos, escapando de la hambruna y la violencia.
Algunos datos para reflexionar… Latinoamérica, albergando el 8% de la población mundial, presenta el 33% de los homicidios mundiales, con más de 2’5 millones de latinoamericanos asesinados por homicidio desde el año 2000. Por lo menos 17 de los 20 países más homicidas del mundo se encuentran en Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. En 2017, esta región seguía liderando la lista de los países más criminales del mundo, con El Salvador, Jamaica, Venezuela y Honduras a la cabeza.
Para intentar desembrollar esta vorágine y encontrar los detonantes de la realidad latinoamericana, nos centramos en dos elementos principales: la remilitarización y las maras.
Los conflictos bélicos internos producidos a finales del siglo XX en estos territorios nos dejaron una problemática armamentística, tras las guerras civiles, quedaron trazadas varias rutas de tráfico de armas que permanecieron en activo. Como medida para luchar contra las bandas criminales, se llevaron a cabo campañas de remilitarización, que tuvieron como resultado la corrupción de las fuerzas armadas hispanoamericanas, el empoderamiento de las maras y una subida exponencial de la tasa de mortalidad.
Esta depravación de las fuerzas oficiales del Estado, unido a la crisis económica y la inseguridad ciudadana, no han hecho sino aumentar durante los últimos años, llevando a los residentes de dichas zonas a rendirse al control de las maras o pandillas.
Estos clanes organizados, al no existir un cuerpo paramilitar estatal firme, o contando con éste como colaborador, actúan manu militari contra las directrices legales del país. Someten bajo su poder a los vecinos, a los que obligan a pagar impuestos como forma de gratitud a cambio de los servicios de las maras, tales como seguridad y alimento.
El método de captación o modus operandi que siguen es similar al que vemos en los grupos yihadistas: se aprovechan de la vulnerabilidad y desesperación de jóvenes en situación de necesidad por motivos de desempleo, inestabilidad familiar, miseria y entorno hostil. El compendio de estos factores es lo que empuja a los jóvenes a refugiarse en los clanes o maras. A partir de esta escasez de empleo (causada por la corrupción y la violencia) y del sentimiento de desarraigo y ambiente convulso y violento en el que se encuentran, surge la necesidad de pertenencia a un grupo. Ese deseo de alianza y fraternidad es lo que lleva a los jóvenes a unirse a las maras y garantiza su fidelidad.
Analizado el conflicto, es necesario deliberar y resolver, paso a paso, la desesperada situación en la que se encuentra Latinoamérica. Pero la tarea no es para nada sencilla, (y, como se ha comprobado, la vía militar no tiene el éxito que se esperaba), dado que se trata de una crisis de tipo multifactorial, que debe ser abordada mediante soluciones y planes que ataquen cada uno de estos problemas de forma aislada, elaborando reformas y planes sociales que aboguen por la seguridad del ciudadano.
No obstante, las posibles resoluciones se siguen barajando sobre la mesa y día a día se avanza hacia opciones tales como la cooperación, la integración o incluso la intervención por parte de otras potencias mundiales; pero no debemos olvidarnos en ningún momento de que tanto el tiempo como el cronómetro de la muerte y la violencia en Latinoamérica avanzan a costa de los más débiles.
Laura Casal