El Confidencial
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José Manuel López García
Territorio Comanche

Crónicas del confinamiento

23-04-2020

Sorteo como puedo el campo de minas en que se han convertido los periódicos y los telediarios. Cada mañana trae consigo una marea de vidas rotas que estremece. Uno quisiera diluirse en la profunda ingravidez del silencio para no escuchar tanto infortunio. Pero el continuo estallido de los informativos, con sus cifras abiertas en canal, deja estados de ánimo mutilados y un reguero de biografías que saltan por los aires.

El mundo se cuartea y cruje como las cuadernas de un buque fantasma. Y los políticos siguen a lo suyo, engolfados en el barrizal de la lucha con el adversario y la incompetencia. Siempre había creído que los bomberos nunca se pisan la manguera entre ellos. Pero aquí no sólo son la excepción que confirma la regla, sino que a poco que los escuchas no sabes muy bien si te empujan a asomarte al balcón o al abismo.

Si tanto dolor no nos hiciese fruncir el ceño, la manera tan torpe en que manejan los ingredientes del guiso que preparan, serviría para dibujarnos una sonrisa en el rostro. Sin embargo, lo único que consiguen con su particular pesadilla en la cocina es que la opinión pública, harta ya de tanto desatino, sucumba al más profundo desaliento. Estamos ya muy cerca del precipicio y con nuestros políticos siempre a punto de dar un gran paso adelante.

Mientras los catalanes son españoles a los que se les dice que tienen que ser otra cosa, en otros puntos del país crece la perplejidad de los ciudadanos –sometidos a un confinamiento espartano- ante el despropósito del relato que se va conociendo: lotes de mascarillas defectuosas distribuidas entre los sanitarios, errores en el recuento de contagiados y víctimas mortales, caos en las residencias de ancianos.

Ante semejante panorama, y con la incertidumbre amartillada en el alma, uno no sabe ya cuándo podrá abandonar esa trinchera infinita en la que nos hallamos recluidos. No es descabellado pensar incluso que muchos, después de tanto tiempo confinados en su útero doméstico, adoptarán hábitos vampíricos y no querrán exponerse de nuevo a la luz del sol, al bálsamo de los besos y los abrazos, que son ahora un tesoro de valor incalculable.

Y por si no fuese suficiente con tanto desvarío, el director del CIS, Félix Tezanos, se convierte, por méritos propios, en el elefante en la cacharrería que le faltaba al Gobierno, en la suegra inoportuna que viene a frustrar una apacible comida familiar. Tezanos, que está encantado de haberse conocido y va por la vida haciendo amigos, propone posibles restricciones en la libertad de expresión para combatir los bulos.

A pesar de que las exclusivas de hoy siempre envuelven el pescado de mañana, el periodismo extrae significados a las sombras, ilumina los angostos pasadizos del poder y ayuda a formar ciudadanos libres. Y el director del CIS debería saber que una sociedad, sin un flujo de información independiente, muere por falta de oxígeno. El virus acaba con la vida de muchas personas, pero la censura limita la de los que luchan contra él.

Siempre, y en cualquier circunstancia, hay que abrir las ventanas del cuarto oscuro para que entre el aire. Un poco de luz a tiempo siempre se agradece en estos tiempos tristes. Es necesario informar con la misma fe que uno pondría en esculpir los límites del aire, es preciso hacerlo con el mismo coraje con que nos empeñamos en mantener en pie nuestros sueños, aunque a menudo éstos sean de barro. Eso y no otra cosa es el periodismo.

Y todo ello, a pesar de la irónica advertencia que un veterano informador le hacía a un redactor novato que velaba sus primeras armas en esta maltrecha profesión: “El periodismo se parece al judo en que también hay que aprender a caer”.

Ángel Varela


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