EFE | Portugal
entró hoy en un compás de espera ante la posible dimisión del primer
ministro del país, el socialista António Costa, si se aprueba una ley
sobre el salario de los profesores el 15 de mayo, que abriría un
escenario incierto acerca del cual ya han comenzado las conjeturas.
La
amenaza formulada por Costa el viernes se produjo después de que los
socialistas se quedasen solos en el Parlamento un día antes, cuando sus
socios de izquierda y la oposición conservadora se unieron para aprobar
una propuesta que reconoce la antigüedad total de los profesores para
actualizar sus salarios, incluidos casi diez años de congelación durante
la crisis.
La propuesta, que se votará de forma definitiva en el
pleno parlamentario del próximo día 15, supuso un revés para la posición
defendida durante más de un año por el Gobierno, que alega que
contabilizar todo ese tiempo pondría en peligro el equilibrio
presupuestario y la credibilidad del país.
Una idea en
la que insistió el ministro portugués de Finanzas, Mário Centeno, en
una entrevista a la cadena SIC, en la que subrayó que reconocer toda la
antigüedad de los docentes supondría un gasto de 800 millones de euros,
frente a los 240 previstos. Con la crisis política
abierta, Portugal tiene por delante once días hasta una votación en la
que, a menos que algún partido decida retroceder, se prevé que todos los
que apoyaron la propuesta mantengan su posición.
La
aprobación de la iniciativa abriría un escenario incierto en el país a
menos de cinco meses de las elecciones legislativas, fijadas para el 6
de octubre, y en plena campaña para los comicios europeos del 26 de
mayo. Si Costa dimite, entrará en escena el presidente
de Portugal, el conservador Marcelo Rebelo de Sousa, que tiene varias
opciones sobre la mesa, aunque la más probable, según los análisis de la
prensa portuguesa, sería un adelanto de las elecciones.
Los
comicios podrían celebrarse como muy pronto a finales de julio, en
plenas vacaciones de verano, mes que sólo ha sido escenario de
elecciones una vez en los 45 años de democracia portuguesa, en 1987. Costa
se enfrentaría a las urnas de forma anticipada con la confianza puesta
en los sondeos, en los que continúa como favorito con algo más del 30 %
de la intención de voto, pero sin mayoría absoluta. Si
las previsiones se cumplen, Costa volvería a necesitar apoyos para
gobernar como ya ocurrió en 2015, cuando pudo llegó al poder gracias a
una alianza con la izquierda radical.
La votación del
jueves pasado supuso la mayor ruptura hasta la fecha en la "geringonça",
como se denomina a esta alianza, y podría comprometer futuros
entendimientos. El jefe del Gobierno intentó no
dinamitar todos los puentes con la izquierda en su declaración del
viernes, en la que reconoció que estos partidos fueron coherentes y
votaron a favor de algo que siempre han defendido.
Sin
embargo, no evitó las críticas de sus socios, que le acusaron de hacer
"chantaje", de dar ultimatos y de generar inestabilidad política con su
amenaza de dimisión. Respecto a la oposición, el
primer ministro centró las críticas especialmente en la derecha, a la
que calificó de "incoherente" por apoyar una medida que en el pasado no
había defendido, e insistió en que el Partido Socialista representa el
equilibrio de las cuentas públicas.Una idea que,
según analistas locales, evidencia su estrategia de cara a la campaña:
ganar votantes dentro del electorado de centro del Partido Social
Demócrata (PSD, centroderecha).
Y así lo reforzó horas
después de amenazar con dimitir, en un mitin socialista en el que
volvió a azotar a la derecha y le acusó de "jugar con fuego". "Ahora
que conseguimos tener el déficit más bajo de la democracia, que estamos
reduciendo la deuda pública, que tenemos la tasa de desempleo más baja
de las últimas décadas, que por primera vez desde 2000 tenemos tres años
seguidos creciendo por encima de la media europea, hay quien decide
jugar con fuego y quiere echar todo a perder", alertó.