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José Manuel López García
Cartas al Director
Territorio Comanche

Grecia en el aire

21-07-2017

A todos aquellos vividores de la política que, escudándose en una retórica hueca y de conveniencia, defienden una democracia deturpada y cuarteada por la corrupción, habría que obligarlos a que leyesen “Grecia en el aire”, un magnífico ensayo de Pedro Olalla, editado por Acantilado, en el que indaga y reflexiona sobre el legado de la antigua democracia ateniense.
         
El argumento capital que vertebra el libro es que, según su autor, el Estado nació como un orden destinado a defender el interés común frente a los intereses particulares y la arbitrariedad de las familias poderosas. Todos los esfuerzos de los artífices del sistema –Solón, Dracón o Clístenes- se centraron en construir un espacio humano regido por la justicia y la voluntad popular.
         
Comparar, en la actualidad, nuestra maltrecha democracia con la que un día imaginaron los pensadores griegos casi parece, a la vista de los numerosos escándalos que nos afectan, una broma de mal gusto. Muy poco de lo que forjaron los fundadores del sistema que mejor representa la defensa del bien público frente a la discrecionalidad de unos pocos pervive en nuestros días.
         
Son tantos y tan graves los problemas que afectan a nuestra democracia que, si no se aplican medidas quirúrgicas excepcionales, el sistema se verá abocado, más pronto que tarde  a un infausto desenlace de consecuencias imprevisibles. No es sólo la inaceptable negligencia de los principales partidos políticos lo que nos condena, sino también la corrupción, la escandalosa falta de ejemplaridad o los revanchismos ideológicos.
         
A muy pocos de los políticos que nos gobiernan les interesa realmente la defensa del bien común, tal y como sostuvieron en su día los creadores de la democracia ateniense. A juzgar por su comportamiento, lo único que persiguen es perpetuarse en el poder y acomodar de forma conveniente a los suyos a costa, precisamente, del interés público. Grecia, por referirse de nuevo al título del libro, no está hoy en el aire sino bajo tierra.

Ángel Varela


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