No deberíamos olvidar que los animales tienen un instinto muy sensible, una capacidad de percepción muy sensibilizada; ellos olfatean nuestra aura. Por lo tanto si decimos: “Me dirijo a los animales con amor”, entonces nos tenemos que preguntar si está nuestra aura como para que el animal pueda percibir la denominada “imagen de olfateo” correspondiente. Si por ejemplo con nuestros semejantes somos desvergonzados, malévolos y envidiosos, eso es un olor determinado. Esto lo perciben los animales y huyen de nosotros, aunque digamos: “Si, si, nos tenemos que dirigir a los animales con amor”.
Deberíamos preguntarnos por qué tenemos tan poca comunicación con nuestros hermanos pequeños, los animales y las plantas. ¿Qué es lo que hay entre ese gran ser espiritual en nosotros y nuestra calidad como ser humano? ¿Qué se interpone entre ambos? ¿Queremos continuar así o queremos desarrollar de una vez por todas la gran Comunicación universal, indagando en nuestro ego pequeño y netamente humano, en nuestra sabiondez?
¡En nosotros lo tenemos todo! Hagámonos la pregunta de por qué hoy en día a los animales se les tortura, se les maltrata, se les mata por cientos de miles, se les asesina y luego se les quema de esa manera. ¿Por qué? Porque el ser humano es un camarada brutal y cruel al que ya no se le puede calificar de ser humano. Es un ser cruel y perverso que solo tortura, que solo maltrata, que solo destruye. ¿Estamos contentos con esto?
No podemos decir que así son los otros. Es preciso que digamos que tenemos que lograr un mundo mejor. Tenemos que ayudar a la Tierra. Y eso solo lo podremos hacer cuando indaguemos en nuestros aspectos humanos pecaminosos y los eliminemos.
Nuestros hermanos pequeños nos necesitan. Si vamos por el bosque, pensemos que los animales son nuestros hermanos pequeños, los árboles son nuestros hermanos pequeños. Si vamos al jardín pensemos en fomentar la comunicación con la naturaleza, con los animales, con los minerales. Y no olvidemos en la noche, cuando brillan las estrellas, que también en ellas está la fuerza del Espíritu de Dios y con ello también la fuerza en lo profundo de nuestro cuerpo anímico. También los planetas, todas las fuerzas puras de los planetas están en el cuerpo espiritual. O sea que ya no tenemos que pensar tanto sobre nosotros. ¡En todas partes está la vida!
José Vicente Cobo