Ya puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que gracias a Gas Sobrenatural he visto la luz. Tal y como sucede con las experiencias místicas irrepetibles, me he puesto verdaderamente eléctrico. Lo peor, no obstante, de tanto éxtasis energético es que alguien se ha encargado también de dejarme la cuenta corriente a oscuras. 

Su bono social, al que yo llamaré desde ahora bono bestial, me ha rescatado de la oscuridad para empujarme a otra aún mayor. No hay luz sin cilicio y no hay claridad sin suplicio, podría llegar a acuñar como lema de esta historia un experto publicista. 

Ustedes disculparán que me tome este asunto por la vía de la ironía. Pero es que, a la vista de los últimos acontecimientos, no puedo tomármelo de otra manera. 

Sólo desde una perspectiva decididamente surrealista puede explicarse el hecho de que yo acuda a una oficina de Gas Sobrenatural, a pedir información sobre el bono social y se me diga que, para poder acogerme a él, tengo que abonar una penalización y anular la tarifa plana de mi contrato de suministro. 

Pero ¿En qué quedamos? ¿Esto del bono social es un paripé o un recurso para ayudar de veras a los consumidores vulnerables? Porque no se entiende muy bien que si uno lo solicita, precisamente porque tiene dificultades para hacer frente al pago de unos recibos cada vez más onerosos, se vea obligado encima a pagar una penalización por ello. 

Lo único que puedo decirles a esta alturas es que yo, que acudí a una oficina de Gas Sobrenatural simplemente a realizar una consulta, he pasado de pagar 54 euros mensuales a 129 porque alguien decidió unilateralmente, sin avisarme ni proporcionarme la más mínima información, que merecía unas nuevas condiciones y un nuevo contrato. 

Desde luego, eso sí que es empezar a escribir el futuro con energía, tal y como reza el anuncio que la compañía ha insertado en los medios de comunicación estos días. A mí al menos ya han logrado encenderme los ánimos.

Ángel Varela