Con motivo del día internacional contra la violencia machista, he escrito un pequeño relato en honor a todas esas mujeres que ayer salieron a la calle a gritar basta. Seguiremos peleando hasta que no haya nada por lo que luchar. Vivas nos queremos, fuertes y libres.
Es de noche y las calles están vacías, cualquier ruido que no sea uno de mis pasos hace que mis piernas tiemblen, pero sigo caminando con paso acelerado. No quiero tener que ser valiente cada vez que vuelvo sola a casa, pero tampoco quiero ser una cobarde en las calles de mi propia ciudad.
Cansada de escuchar cómo nos aconsejan no caminar solas por la noche, como si fuera un delito. A ellos no les niegan ese privilegio, cuando son los que deberían estar vigilados, de tener un toque de queda. Incoherencias de un sistema que cría machos violentos.
El dilema de todas las noches. Ahorrarme cinco minutos de agonía cruzando el parque poco iluminado o dar toda la vuelta para seguir andando bajo la luz de las farolas, como si un foco fuese a protegerme de un agresor. Qué ilógico es el miedo y a la vez qué racional sentirlo, cuando tus amigas te han contado tantas historias para no dormir.
Hoy quiero ahorrarme esos cinco minutos, aunque las hojas de los árboles me tengan alerta, aunque tenga que agarrar las llaves con fuerza dentro del bolsillo por si aparece alguien y tengo que defenderme. Puede que sean las dos cervezas que me he tomado con mis amigas o porque la mani contra las violencias machistas ha hecho que me sienta empoderada, pero hoy voy a caminar por todas las que no pueden hacerlo. Por todas las niñas del mundo que un día serán mujeres valientes en un mundo de hombres cobardes.
El sonido de mi corazón latiendo con fuerza se funde con mis pasos, mientras el viento mueve las hojas de los árboles que el otoño ha tirado al suelo. Oigo un ruido por detrás y mi corazón se para en seco. Aprieto las llaves con todas mis fuerzas mientras todo pasa muy lento.
El empoderamiento que sentía hace dos minutos se empieza a desvanecer en medio de la noche y el miedo racional se apodera de mí. Siento un instinto de supervivencia recorriendo mi cuerpo a la vez que mis pies se clavan en el suelo y yo me paralizo. Quiero echar a correr, pero noto cómo mis piernas agarrotadas se empiezan quedar dormidas.
Siento un sudor frío por la nuca. Quizá solo sea uno y pueda defenderme, o puede que sean tres y los gritos se me ahoguen. Los pasos suenan cada vez más cerca y sigo sin poder moverme. Me imagino siendo una de esas mujeres que violan cada ocho horas.
Y cuando pienso que todo está perdido, aparece ella. Una hermana desconocida que aparece y me salva de las garras de un lobo que no llegó a aparecer. No estamos solas.
Astronautico