El Confidencial
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José Manuel López García
Cartas al Director
Territorio Comanche

Crónicas del confinamiento

27-03-2020

Raúl del Pozo, en un celebrado artículo, afirmaba hace unos días que nadie podía imaginarse que el apocalipsis sería un catarro. Y yo, que soy un modesto admirador de los clásicos griegos, hago mías las palabras de Eteocles, el hijo de Edipo, cuando afirmaba en “Los siete contra Tebas”, -una de las tragedias de Esquilo-, que “nadie puede evitarlas cuando los dioses envían desgracias”.

Hoy nuestros hogares se han convertido en una trinchera infinita, en un Fuerte Apache en el que resguardarnos de lo que acecha ahí afuera. Como en los westerns clásicos, nunca vemos al piel roja, pero sabemos que está ahí muy cerca amenazándonos. Y este enemigo, aunque de mucho menor tamaño, también corta cabelleras.

Nos encontramos en la última línea de defensa tras la cual nos protegemos mientras asistimos, incrédulos y perplejos, al constante goteo de fallecimientos que nos proporcionan los periódicos y los informativos de televisión. La realidad ha reventado todas sus costuras y el futuro distópico, que hasta ahora vinculábamos exclusivamente al cine y a la literatura de ciencia ficción, ya está aquí.

Estos días de herrumbre y de sabor a óxido en la lengua nos traen un siniestro derrape de estadísticas que asustan. No hay quién detenga el maldito contador y los muertos se nos multiplican en los tanatorios y en el alma. Mientras recuerdo a Charlton Heston en “El último hombre vivo” y a Will Smith en el remake de esa misma película –“Soy leyenda”- intento aferrarme a los pensamientos más placenteros y a mi mente acuden imágenes gratificantes de playas de ensueño y grandes espacios abiertos.

Los nuevos creyentes ya no confían en la religión para salvarse sino en la microbiología. El monoteísmo no se practica en los lugares para el culto, sino en los laboratorios. Y mientras en la antigüedad eran los arúspices etruscos los que examinaban las entrañas del animal sacrificado para obtener presagios del futuro, ahora son los especialistas en virus los que se han convertido en los nuevos sacerdotes que analizan y evalúan, con precisión de entomólogo, las cifras de la pandemia para ver hacia dónde nos conduce. En estos instantes, el misterio que cautiva a los fieles no es el de la Santísima Trinidad, sino el del pico de la curva epidémica.

Hoy más que nunca el lenguaje de barricada, de ardor bélico, se percibe en los balcones y en las ventanas. ¡Ay de aquel que no pueda asomarse a una de ellas porque sencillamente no existe! Son, ahora mismo, el único escenario posible en el que se sustancia la resistencia doméstica, la referencia cívica fundamental, el único lugar en el que puede materializarse la épica cotidiana de estas jornadas.

La batalla se libra en nuestros días en los hospitales de todo el país y en los espacios habilitados para acoger a los infectados. Y los médicos y enfermeras que se juegan la vida por atenderlos, luchando contra un enemigo invisible, son los nuevos héroes que, con su compromiso y coraje cívico, nos recuerdan que esta lucha nos hace a todos un poco más humanos.

Russell Crowe afirmaba en “Gladiator”, la película de Ridley Scott, que “lo que hacemos en esta vida tiene su eco en la eternidad”. Y, mientras las cifras golpean mi ánimo como un aldabonazo, evoco las palabras que Héctor el troyano dirigía a sus huestes antes de entrar en combate: “¡Sed valientes y recordad vuestro intrépido arrojo!

Ángel Varela


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