Vivimos tiempos muy convulsos, tras una terrible crisis financiera de la que apenas nos habíamos repuesto, nos golpea una pandemia; con restricciones a la movilidad de las personas y las limitaciones a la actividad productiva que generaron un shock de demanda negativo y otro también negativo de oferta. Las economías de la mayoría de los países sufrieron una profunda recesión en el año 2020; un -3,4% en el conjunto mundial, un -6,8% en la UEM; siendo especialmente intenso el hundimiento del PIB en España, un -10,8%, el mayor de la OCDE. Tan solo China registro un crecimiento positivo del 2,3 %, aunque muy moderado respecto a los años anteriores.
Sin haber terminado la pandemia, una guerra provocada por el afán invasor y liberticida del sátrapa ruso. De todo ello saldremos, pero de lo que nos resulta más difícil zafarnos, es de la ceguera e incompetencia supina de la clase dirigente. Se avecina una hecatombe de consecuencias previsibles, el empobrecimiento colectivo. La reciente invasión de Ucrania es una desgracia sobrevenida en un escenario ya dramático. Los precios de las materias primas (sobre todo petróleo y gas), la escasez de componentes como chips, el platino o el paladio que produce Rusia y se emplea en la producción de catalizadores, el trigo y el maíz, pero también el cemento, acero, níquel, necesarias en la construcción y la industria y otros; las dificultades del transporte, tanto terrestre, como las rutas aéreas o marítimas. La inflación, que en noviembre del 2.020 era del 0’2 % está ya camino del 8% y subiendo. Las previsiones de crecimiento para España del BCE (5’5, corregido ya al 3’5%) se antojan quiméricas, ni les cuento las que hacía el Gobierno (7%). El pasado mes de febrero hemos pagado el recibo de la luz un 80% más caro que en el mismo mes del año pasado.
Estamos en puertas de otra crisis económica y social muy grave, que nos va a hacer todavía más pobres. El PIB español está estancado en niveles de 1.999, lo que significa que hemos tirado por la borda los últimos 23 años, en comparación con los países más ricos de la U.E., al punto de haber sido rebasados por Chipre, Chequia, Eslovenia, Lituania y recientemente, por Estonia.
Nunca hemos recuperado los ritmos de crecimiento anteriores a la crisis de 2.008, y la pandemia aceleró y puso en evidencia los problemas estructurales de nuestra economía, la elevada tasa de desempleo, un 13,5%, el doble de la europea (maquillada por el aumento del empleo público, ya que el privado nunca se ha recuperado al nivel pre-pandemia) y la falta de productividad, que lleva a que en 2021 el PIB per cápita en España era un 29% inferior a la media de la eurozona (apenas 25.000 euros frente a cerca de 36.000).
La cacareada recuperación post-covid ha naufragado por culpa de la guerra (se ha contraído el consumo y las cuentas de resultados de las empresas). El presente año 2022 ya está perdido en términos de crecimiento y de renta, con la consecuencia de que millones de personas, con rentas bajas, son ya mucho más pobres hoy en España.
El horizonte es negro, la crisis golpea de nuevo a un tejido económico ya deteriorado y bajo mínimos (en Galicia, seguimos con una cifra de Autónomos que representa el mínimo de la serie histórica, perdemos Autónomos, perdemos afiliados, perdemos población). Ante esto, las decisiones que toman los gobiernos siguen marcadas por la ideología y el gasto desmedido, sin ton ni son. El gobierno, los gobiernos, carecen de disciplina presupuestaria, consideran a empresarios y Autónomos como delincuentes e imbéciles, a los que hay que freír a impuestos, para financiar la pulsión desmedida a dilapidar recursos públicos, quitando el dinero a los ciudadanos para disponer del mismo con total desahogo.
La incertidumbre creada penalizará el turismo, la inversión, y el consumo privado. Las fuertes subidas del coste de la energía, incrementaran las importaciones de bienes, lastraran el crecimiento e impulsaran al alza a la inflación. Por ello, no es previsible que nuestra economía crezca más de un 3% en 2022.
La economía española, se acerca peligrosamente al precipicio de la Estanflación, lo que implicaría un fuerte aumento del paro, del déficit público, de la deuda y una gran pérdida de poder adquisitivo y de bienestar de la mayoría de los ciudadanos. Los Bancos Centrales, están modificando la dirección de sus políticas monetarias, lo que ya está provocando una subida de los tipos de interés en los mercados de deuda pública, lo que penaliza a los países más endeudados como España. Pronto tendremos dificultades para financiarnos como país, en los mercados internacionales.
En definitiva, la economía española se encontraba muy desequilibrada y con un bajo potencial de crecimiento antes de la Guerra de Ucrania. Esta ha provocado la tormenta económica perfecta, que nos puede llevar a la estanflación. El gran perdedor será el ciudadano, que tendrá menor poder adquisitivo, peor calidad de vida y más inseguridad en su empleo.
Ante este tétrico panorama, habría que tomar medidas drásticas: en primer lugar, retirar los Presupuestos Generales de Estado y elaborar unos nuevos, los que hay no sirven, son expansivos en el gasto y si ya se elaboraron con una previsión de ingresos optimista e incumplible, en el nuevo escenario se han quedado tan obsoletos que resultan ridículos.
Es necesario, en segundo lugar, un cambio radical de la Política Económica del Gobierno. reducir la fiscalidad del gas natural, de los hidrocarburos y de la energía eléctrica. impulsar un auténtico pacto de rentas que evite fuertes subidas de salarios, tal y como se consiguió en los Pactos de la Moncloa; la reducción del gasto público (según los que saben de economía, se pueden ahorrar 60.000 millones de euros con una buena gestión). Hay que aplicar una bajada, también de los tipos del IRPF y de Sociedades y derogar los de Patrimonio y el de Sucesiones y Donaciones.
Lo tercero, que debería ser lo primero, una profunda reforma del sector energético, producir energía, ampliar la vida útil de las centrales nucleares que aún tenemos, reabrir las de carbón que técnicamente sea posible durante un tiempo, modificar la metrología de la tarifa eléctrica regulada, favoreciendo el desarrollo del hidrógeno. Frenar la presencia del sector público en las empresas. Utilizar los fondos europeos, hasta el último céntimo, para la mejora de la productividad de pymes y Autónomos y olvidarse de emergencias climáticas y zarandajas oportunistas. La emergencia ahora es sobrevivir y salir de ésta.
En materia específica de Autónomos, olvidarse de la cotización por ingresos, rebajar las actuales bases y tipos de cotización, y permitir que aquellos Autónomos que cotizan por el sistema de módulos, puedan seguir haciéndolo al menos los próximos dos años.A partir de ahí, tal vez consigamos superar la situación, porque vamos camino de una gigantesca hecatombe.
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