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José Manuel López García
Mi columna

Inteligencia humana e IA

31-05-2022

En un reciente hilo publicado en el muro de Facebook del profesor Félix Ovejero, este suscitó el debate por la -poco inteligente- soberbia de aquellos que alardean de tener un elevado Cociente de Inteligencia como elemento de distinción frente al común de la gente. En su reflexión -y en la de otros que añadieron sus comentarios- quedó en el aire la sensación de que la Inteligencia Artificial acabaría por poner en su sitio a esta categoría de “satisfechos de sí mismos”.

Para ponernos en contexto, recordemos que uno de los fundamentos de los test que determinan el Cociente es la de retar a que identifiquemos patrones de entre una oferta de estímulos y a partir de ahí hacer una predicción de cuál es la solución que dará una continuidad lógica y coherente. Es decir, se centran en evaluar el proceso de inducción-deducción, por distintas vías. El tipo de estímulo puede ser una matriz de figuras, naipes o fichas de dominó. Pero, en todo caso, con ese denominador común.

La Inteligencia Artificial, en su formulación actual, no hace una cosa muy distinta, aunque lo haga de una manera más sofisticada. Incluso en sus vertientes más avanzadas (redes neuronales incluidas) procesa y coteja ingentes cantidades de datos, identifica patrones, hace predicciones. Ya sea para hacer reconocimiento facial, de voz, o incluso para propiciar la conducción autónoma.

Demos ahora un giro argumental y vayamos al día al día de un buen número de personas. Tomemos el referente del micro-emprendimiento. Ello no es más que la creación de una empresa embrionaria como fórmula de autoempleo. Una tienda de chuches de diseño, un fast-food japonés, un comercio de especias, una consultora de servicios. La cuestión es que, en muchos casos, no hay modelos que puedan servir de referente. Y por razones tan diversas como el nivel de saturación del mercado, la ubicación del local, el tipo de ambientación, la dimensión de los escaparates, la política de impulsión o el difícil encaje entre costes, previsión de ventas (esto) y punto de equilibrio. La historia de estas microempresas es la de un aprendizaje sobre la marcha. Algunos hablan de un proceso de dos años y no es una estimación descabellada. Acumular experiencia no es fácil, requiere de tiempo y que el modelo de negocio dé, cuando menos, para ir tirando. A partir de ahí, en la confrontación del negocio con el mercado se van aprendiendo muchas cosas. Se le “coge el aroma” al mercado. Se aprende a entenderlo, más allá de los datos objetivos.

Hace años colaboré en la implantación de este tipo de pequeños negocios a través de los planes de promoción del IGAPE. Eran seminarios muy bien pensados, y que dieron buen juego en su aplicación. Recuerdo lo que nos dijeron como meta-orientación desde la dirección del organismo: “al final se pueden controlar ciertas cosas, pero si te dispersas en lo horizontal, perderás verticalidad”. ¿A qué se referían? Pues al imperativo del lanzarse, con la asunción del riesgo correspondiente. Esto hay que entenderlo bien: la mente humana construye conocimiento, no lo “aspira” y lo incorpora sin más. Aunque hubiera una Inteligencia Artificial que te ofreciera todos los datos, tu mente tendría que procesarlos y reelaborarlos, desconsiderando parte de ellos y dándole valor a lo filtrado. Por eso, detenerse a comprender todo, es iniciar una tarea inacabable e inconmensurable.

Para estudiar el mercado y obtener información relevante que permita entenderlo, se puede optar por tres fórmulas: la correlacional (nubes de puntos y ecuaciones de regresión), test de mercado (en su doble vertiente, “laboratorio” y “campo”) y estudios de viabilidad (proceso de obtención de información cualitativa, fundamentalmente vía entrevistas). Por cuestiones de coste -los estudios correlacionales y lo experimentales requieren de una importante inversión de dinero- en muchas ocasiones se opta por los estudios cualitativos y por vías a veces bastante informales. Así que imaginémonos a ese pequeño propietario hablando con sus clientes para preguntarles, de distinta manera, “qué tal”. Un qué tal que busca entender la experiencia vivida, el grado de “adherencia”, la intención de repetir y, sí, también, las emociones suscitadas. Es el manejo de una conversación que devuelve constantemente impresiones, reacciones, sensaciones. Con esa retroalimentación, muchos (pequeños) negocios van tomando decisiones de “optimización”.

En los últimos años he conocido a gente que ha tenido éxito en sus negocios. Mejor dicho, ha tenido algunos éxitos. He identificado como denominador común cosas difícilmente encajables en cualquier categorización vía test. Por ejemplo, una persistencia no obtusa. Dicho de otra manera: insistir hasta obtener todos los posibles réditos de una situación y, a partir de un momento difícilmente objetivable, no obcecarse más y buscar otras alternativas.

Tomemos otro referente de la gestión empresarial: la gestión de stocks. Hay modelos que te permiten saber cuánto de cada referencia has de disponer, como los métodos estocásticos. Sin duda son paquetes de gestión de datos que, bien utilizados, ajustan al máximo los costes y optimizan la rentabilidad. Ahora bien, ciertos condicionamientos puedan acabar agotando la vida útil de los inventarios. En todo negocio llega la hora de cambiar o… morir. Entras en un nuevo proceso disruptivo. Con sus correspondientes dosis de incertidumbre. Y vuelves a la casilla de salida.

¿Qué puede hacer la Inteligencia Artificial ante esto? En mi opinión, a día de hoy, no todo desde luego. Es evidente que te “salva” del tipo de impactos emocionales que nublan el juicio. Pero ¿de todos? ¿Y si un “cisne negro” emerge en el horizonte y lo trastoca todo? Los programas dedicados a la inversión bursátil son buena prueba de ello. Las previsiones que se hicieron ante la irrupción de la COVID fueron memorables. Se avecinaba el fin del mundo, o casi. Y después lo que hubo fue una reubicación de las inversiones. Punto. Ni rastro de las “buenas predicciones” a las que podrían asirse. Y es que cuando el miedo a perderlo todo entra por la ventana, no hay Inteligencia Artificial que valga.

Así es que el ejercicio de la inteligencia (humana) no ha dejado de estar presente. Con sus lagunas, sus distorsiones y sus inevitables limitaciones. Pero, esta es mi intuición, con más relevancia que nunca para salir adelante en un mundo crecientemente complejo.

Lucas Ricoy


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