Hay temas que permanecen restringidos a círculos muy reducidos, y desde luego muy alejados de las conversaciones ordinarias que la gente corriente tiene en trenes o autobuses. Pero, curiosamente, generan en esos entornos encendidos e interminables debates, por momentos tediosos e ininteligibles. Uno de ellos es el de la Razón, y escribo este término con mayúscula para diferenciarlo del más común del “tener o esgrimir razones” como expresión de apoyar lo que decimos con buenos argumentos y sentido común. Todas las grandes escuelas de pensamiento lo han abordado y merece la pena detenerse en él por sus transcendentales consecuencias.
La primera arista de este asunto surge al intentar dar una definición precisa del término. No resulta para nada sencillo e, incluso, va acompañado de contradicciones realmente llamativas. Veamos cuáles son a través de alguno de los enfoques utilizados en su tratamiento:
1.- Uno de esos enfoques es, precisamente, el de la Teoría de la Elección Racional. De manera muy resumida, defiende que los seres humanos nos movemos por el criterio de la maximización del beneficio. Si podemos obtener una mayor ganancia invirtiendo menos tiempo y esfuerzo, lo haremos sin dudarlo. En principio parece un postulado irrebatible, a menos que nos convirtamos en perfectos idiotas/hipócritas y defendamos que ocurre precisamente lo contrario. El problema surge cuando ese principio hay que ponerlo en juego -con objeto de hacerlo realidad- en un contexto donde otras personas quieren conseguir lo mismo que tú, y de por medio tiene que haber interacciones, transacciones y acuerdos.
Aquí aparecen en escena muchos “juegos” -esas interacciones a las que nos referíamos- y una gran parte de ellos son de “suma cero” (al repartirnos bienes que han quedado en herencia, lo que tú te quedes, yo ya no me lo podré quedar). Para observar ese tipo de juegos se han diseñado, precisamente juegos estructurados (como el Dilema del Prisionero o la Tragedia de los Comunes, juego este último en el que dos partes han de acordar como repartirse el tiempo de pastoreo de sus vacas en un predio común, tal cual). Y ¿cuáles son las conclusiones? Pues muy diversas (y se hace necesario simplificar bastante, a riesgo de dejarse muchos matices), pero podemos decir que lo que impera es… la desconfianza mutua. En general, la confianza hay que construirla en base a muchas iteraciones -que son las veces en que cada parte elige una de las alternativas de decisión que se proponen, y se hace tantas veces como sea necesario para llegar un acuerdo denominado de “equilibrio”-.
Hay que invertir mucho tiempo en conseguirla, y no siempre con éxito. Así, y aquí emerge de nuevo la paradoja -esa amiga que nunca nos deja-: lo que se suponía como racional acaba naufragando en las aguas de la desconfianza (no siempre, pero sí con frecuencia). Y es que, en la vida, el otro y lo “otro”, nos condiciona de manera sistemática.
2.- Otro enfoque sobre la Razón proviene de las aportaciones de Inmanuel Kant. Digamos que Kant quiso superar las limitaciones de una Razón meramente instrumental (de medios-fines) y se planteó dar a esta una dimensión moral. Es decir, proveerse de una razón para vivir de acuerdo a unos imperativos de dimensión universal, aplicables en cualquier lugar, indistintamente de la tradición cultural de cada grupo humano. Muchas de las tradiciones políticas posteriores -principalmente la liberal- han bebido ampliamente de este supuesto. Parte de individuos (individualizados) que son capaces de pensar conforme a unos principios y unas reglas de deducción universales, para llegar a conclusiones de idéntico cariz. En su dimensión más “política” muchos ven en este filósofo un precursor de la paz perpetua regida desde una especie de República universal. Algo así como el triunfo de los valores de Occidente en todo el orbe. En el área de la psicología, Kholberg desarrolló un modelo de las edades morales -como expresión de esa Razón individualizada-.
Las principales críticas a este enfoque de la Razón moral han venido desde el campo de la antropología. ¿Y por qué precisamente desde ahí? Pues porque los antropólogos se sumergen en otras tradiciones culturales para ver las cosas tal como se ven desde esa tradición. Y constatan que hay otras maneras de abordar este asunto. En ciertas culturas los individuos como tales no cuentan gran cosa. La comunidad es la que “piensa” y decide. No hay una convergencia de opiniones fruto del debate y el intercambio porque, además, la Tradición ejerce como marco de pensamiento.
3.- A partir de aquí, han surgido críticas más sistematizadas al asunto de la Razón por parte de personas que no son precisamente “activistas descerebrados”. En sus propuestas se encuentran motivos para la reflexión. Véase el caso de Niklas Luhmann. Sostiene que no es el discurso racional, ni el diálogo sensato y ponderado el que consolida vínculos (pensemos en las familias) sino, precisamente, lo contrario. Cada parte habla desde su “subsistema” y esa fricción acaba generando dependencias y vínculos. Es decir: los hijos necesitan una autoridad con la que confrontarse para jugar con los límites (sí, esos sábados por la noche) y los padres adentrarlos en la realidad del mundo y sus reglas.
Actualmente asistimos a abundantes denuncias del abandono del pensamiento sistemático, científico y racional en las universidades, especialmente las americanas (y quizás en España ya esté pasando). En su lugar ha surgido una forma de estar en el mundo apoyada en una reivindicación de la sentimentalidad y lo identitario. Ya saben “si me siento Brad Pitt, soy Brad Pitt”. Como bien apunta el periodista Juan Soto Ivars, “la tribu ha vuelto con fuerza”. Quizás en el trasfondo de todas estas disquisiciones (aparentemente académicas, pero de gran trascendencia para nuestras vidas) esté el delimitar en qué se basa el buen vivir, en el sentido del vivir más humano. Quizás, como decía Nietzsche, vivir desde la individualidad sea más propio de las bestias, no de la condición humana. O quizás es que, simplemente, solos no podemos. Por muy racionalmente que pensemos.
Lucas Ricoy