Es un lugar común decir que solo desde la distancia somos capaces de ver la verdadera dimensión de nuestros problemas. En este sentido, cabe preguntarse si lo ocurrido durante el siglo XIX en España anticipó el escenario en el que hoy día nos movemos, y si existe la posibilidad de valorar la consistencia de esa afirmación desde algún mirador privilegiado.
Para tratar de dilucidarlo quizás sea necesario acudir a una de las biografías más apasionantes de ese siglo XIX. Hablamos, por supuesto, de Joaquín Costa. Su vida no fue “una vida al uso”, asimilable a los de otros notables de la época (nada que ver, por supuesto, con la de personajes como Sagasta o Cánovas). En primer lugar, porque Joaquín Costa fue, literalmente, un hombre-hecho-a-sí-mismo. Sus orígenes humildes le obligaron a trabajar como albañil para pagarse sus estudios. Tan frugal fue su vida, que durante cierto tiempo bordeó el suicidio por pura desesperación.
Costa está encuadrado en lo que se ha venido en denominar regeneracionismo, junto a otros personajes como Lucas Mallada o Ricardo Macías. El denominador común que los unía era la de ser profesionales (ingenieros, profesores, abogados) adscritos a lo que hoy se consideraría mera clase media. Había, además, otro aspecto que los conectaba: conocían de primera mano los problemas que aquejaban a la sociedad española. Como suele decirse, “pisaban calle”. Eso les obligó a adoptar una posición enormemente crítica con el régimen de la Restauración.
¿Cuál era el origen de esta indignación? Para entender el trasfondo de esta posición tan crítica, viene como anillo al dedo recurrir a un esquema importado de la ciencia política británica. Se trata de una sencilla taxonomía que arroja luz a la hora de entender la reacción (no reaccionaria en sus propuestas) de los regeneracionistas frente a aquel estado de cosas. Se trata de la distinción entre polity, politics y policies. De manera resumida: la polity trabaja en la arquitectura institucional (por ejemplo, el sistema bicameral, su composición y sus atribuciones), la politics remite a la vida política partidaria (con sus habituales encontronazos, declaraciones y contrapropuestas; sin olvidarse de la mercadotecnia electoral) y las policies son las políticas vinculadas a la vida de las personas y a la potenciación del desarrollo social y económico: vivienda, empleo, sanidad o educación.
Siendo los más objetivos posibles, hay que reconocer en Cánovas a una figura destacada a la hora consolidar un estado liberal al uso (aunque aquí cabe hacer la matización de que nuestros problemas eran los habituales en el contexto europeo de aquella época y todos los países -de Europa occidental- fueron avanzando en su resolución de manera más o menos acompasada; solo Gran Bretaña se libró al resolver más tempranamente los problemas asociados a la caída del Antiguo Régimen). Cánovas consiguió clausurar la época de las carlistadas, ese dolor de cabeza de gran parte del XIX. Sin embargo, las policies quedaron, en gran medida, arrinconadas y postergadas. Fue la época del turnismo, no nos olvidemos. Joaquín Costa sería, en este sentido, un crítico radical del derrotero seguido por las élites liberales desde la desamortización de Mendizábal, al considerarlo como un proceso de privatización encubierta de propiedades que, previamente y en parte, habían disfrutado de fórmulas de propiedad mancomunada -de las que era firme partidario-.
Y es que si los problemas recurrentes que nos lastran hasta llegar a condicionar nuestro bienestar y convertirlo en abierto malestar pudieran ser resumidos en un asunto central, ese sin duda sería el del agua. Los regeneracionistas ya clamaban por aquel entonces por su solución. El largo y tortuoso proceso que supuso la -tan bien conocida por algunos- parcelaria se queda en un juego de niños comparado con lo que fue y sigue siendo esta asignatura pendiente. Joaquín Costa fue, por cierto, un gran teórico de la gran ansiada reforma agraria, con una propuesta que pretendía aunar elementos tradicionales con modernización productiva; una simbiosis recurrente en otras propuestas que llegarían en décadas posteriores.
En un artículo sin desperdicio -por lo abrumador de los datos aportados- Luis del Rivero (expresidente de SACYR) defiende la idea de que la solución al problema del agua es, fundamentalmente, de índole política y no técnica ni financiera. En resumidas cuenta: que hay agua suficiente para todos. O más bien: que si se quisiera, habría agua suficiente para todos. Algunos datos resultan, en este sentido, especialmente reveladores:
-España es el segundo país de Europa que más precipitaciones recibe, después de Francia, en términos totales.
-Si establecemos el ratio de agua por habitante, España es el segundo país de Europa que más precipitaciones recibe, después de Suecia.
-Si tenemos en cuenta el agua caída por hectárea cultivable, España vuelve a ser el segundo país de Europa que más lluvia recibe (de nuevo después de Francia).
-El aprovechamiento óptimo del total de agua canalizada o embalsada (por distintas vías) daría para satisfacer con creces todas nuestras necesidades.
-Como el mismo Luis del Rivero afirma “no existe ningún problema para el abastecimiento y el regadío de España, pudiendo ésta incrementarse de manera sustancial mediante un plan mucho más ambicioso que ninguno de los considerados hasta el momento”.
Joaquín Costa fracasaría en sus aventuras políticas. Pero hasta en esto, su vida resultaría fascinante: siendo lo que comúnmente se considera un “perdedor”, la influencia de sus denuncias y acusaciones fueron determinantes para que una nueva pléyade de políticos se arremangara y bajara a la arena de los problemas reales. Durante unas pocas décadas, la vida política española (gracias a personajes como Antonio Maura o Eduardo Dato) se manejó en otro orden de cosas: el problema de la educación, o el de la regulación de las condiciones laborales, hicieron acto de presencia en el debate y en las acciones transformadoras. Ese otro orden de cosas que hoy en día resuena en la tantas veces utilizada argucia retórica (pero no por ello falsa o inconsistente) del ocupémonos de los problemas reales de la gente.
Lucas Ricoy