El cambio climático no es solo una amenaza ambiental, también se ha convertido en una emergencia sanitaria global. El aumento de las temperaturas, los fenómenos meteorológicos extremos y la alteración de los ecosistemas están afectando directamente la salud humana. Enfermedades que antes eran propias de regiones tropicales están llegando a zonas templadas, y el número de personas vulnerables crece cada año.
Las olas de calor son, con diferencia, el fenómeno climático más mortífero en Europa. Solo en 2023 se registraron más de 47.000 muertes atribuibles al calor extremo, según un estudio publicado por El País en colaboración con el proyecto europeo EUROHEAT. España fue uno de los países más afectados, con más de 8.300 fallecimientos.
Las personas mayores de 80 años presentan un riesgo ocho veces mayor que el resto de la población. Por eso, el Plan Nacional de Altas Temperaturas 2025, puesto en marcha por el Ministerio de Sanidad, ha incluido factores de vulnerabilidad personal, como edad, enfermedades crónicas y situación socioeconómica, para establecer alertas adaptadas a cada región.
El aumento de las temperaturas y las lluvias irregulares están favoreciendo la proliferación de mosquitos, garrapatas y otros animales transmisores de enfermedades. Esto ha permitido que infecciones como el dengue, el zika o la enfermedad de Lyme lleguen a regiones donde antes eran inexistentes.
En España, la demanda de formación en entomología sanitaria (la ciencia que estudia los insectos que afectan a la salud humana) ha crecido rápidamente. El reciente Curso Nacional de Control de Mosquitos y Plagas Urbanas, celebrado en Aragón, agotó sus plazas en cuestión de días.
El calentamiento global también ha intensificado las sequias. Un estudio publicado en “Nature” demuestra que entre 2018 y 2022, las zonas afectadas por sequía aumentaron un 74%, afectando especialmente a regiones agrícolas. En 2022, el 30% de la superficie terrestre mundial sufrió sequías de moderadas a extremas.
Esto ha provocado un aumento de los precios de los alimentos, pérdida de cosechas y escasez de agua potable. La desnutrición y las enfermedades gastrointestinales causadas por agua contaminada son cada vez más frecuentes, especialmente en zonas empobrecidas.
Los efectos del cambio climático también repercuten en la salud mental. Las personas que pierden sus hogares por incendios, inundaciones o sequías extremas, sufren con frecuencia estrés postraumático, ansiedad, depresión o sensación de desesperanza ante el futuro. El concepto de ecoansiedad o ansiedad climática está siendo cada vez más estudiado, sobre todo entre jóvenes conscientes del deterioro ambiental y de la falta de respuestas eficaces por parte de los gobiernos.
Para frenar y mitigar los efectos sanitarios del cambio climático, se necesita una combinación de prevención, políticas públicas valientes y educación ambiental.
.- Refuerzo del sistema sanitario, preparación frente a olas de calor, enfermedades infecciosas emergentes y atención psicosocial.
.- Reducción de emisiones contaminantes, transición energética, transporte limpio y urbanismo sostenible.
.- Educación ciudadana, campañas para prevenir picaduras, evitar golpes de calor y promover el consumo responsable.
.- Protección de los ecosistemas, conservar humedales, bosques y biodiversidad que actúan como barreras naturales frente a enfermedades.
El cambio climático, afecta especialmente a quienes menos responsabilidad tienen, personas mayores, niños, comunidades rurales o empobrecidas. Frenar esta crisis exige actuar no solo para proteger el planeta, sino para salvaguardar nuestra salud. La ciencia ha hablado con claridad. Ahora, le toca a la sociedad y a los gobiernos escuchar y actuar con la mayor urgencia.
Conchi Basilio