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José Manuel López García
Cartas al Director
Mi columna

Juegos que jugamos (I)

15-09-2025

Sin caer en la tentación de ser ocurrente, lo cierto es que con el término jugar podríamos “estar jugando” mucho más allá de los límites que este artículo nos impone. Y es que revisando las distintas acepciones que incluye el diccionario de la Real Academia Española, nos encontramos con un larguísimo listado que, necesariamente, he recortado para hacerlo manejable. Así que, y de manera más específica, iré citando las acepciones a partir de las cuales desarrollaré mis reflexiones: 

1. Hacer algo con alegría con el fin de entretenerse, divertirse o desarrollar determinadas capacidades. 

2. Entretenerse, divertirse tomando parte en uno de los juegos sometidos a reglas, medie o no en él interés. 

En los juegos que tomamos como clásicos, estas dos acepciones parecen acomodarse bien a la esencia de lo que experimentamos. El primero de los fines citados en la primera acepción -“entretenerse”- tiene una serie de implicaciones muy sugerentes ya que apunta, incluso, a actividades en las que la coordinación visomotora adquiere una especial relevancia. 

En teoría económica contamos, de hecho, con un modelo -el que más premios Nobel ha cosechado en esa especialidad- denominado Teoría de Juegos. Su armazón está compuesto de diversos elementos muy complejos de enumerar y describir, pero parte de lo que propone en último término queda -sintéticamente y también magistralmente- resumido en una dinámica grupal denominada “Juego de rojos y negros”. En ella se propone a cuatro equipos que tomen la decisión de apostar por rojo y negro en cada una de las apuestas (iteraciones en el lenguaje del modelo económico citado) que componen la dinámica. De vez en cuando, la ronda de apuestas se detiene y los equipos entran en fase de negociación. Como consecuencia de ésta, pueden optar por un acuerdo de colaboración o seguir compitiendo entre ellos -que es lo que suele ocurrir cuando lo inician-. Esa decisión es el núcleo de la dinámica: cooperar o competir. Competir permite maximizar la ganancia (aunque ello no está asegurado) y cooperar la asegura, pero la minimiza. Así que la gran pregunta es: ¿prefieres arriesgarte a ganar mucho o perder mucho? o ¿prefieres tener una mínima ganancia asegurada? 

Esta disyuntiva entre cooperar o competir ha desbordado los “juegos” de la Teoría de Juegos para alcanzar los juegos de mesa y los videojuegos. Es muy esclarecedor saber en qué tipo de ellos nos movemos mejor, ya que ambos no están exentos de aspectos “conflictivos”. Por ejemplo, el Catán es un juego ciertamente endiablado por plenamente competitivo. En este juego, el principio estratégico de lograr evitando que otros logren puede tener (aunque no necesariamente la tenga) una perfecta ejemplificación. En cualquier caso, cada participante va por libre y los objetivos son plenamente individuales. En otros la sintonía manda, como es el caso de Overcooked. La virtualización de una cocina y unos cocineros que han de acomodarse al ritmo que imponen las comandas me parece enormemente fascinante. Desde la observación -y la no implicación- fascinan por encima de todo los diálogos que mantienen los integrantes del equipo. Ahí ves uno de los desafíos de nuestras vidas: comunicarse para que los esfuerzos se acoplen y se sintonicen. Alegra ver que los seres humanos podemos llegar a entendernos, aunque hayamos de esforzarnos en conseguirlo. 

Hay otros “juegos” que nos proponen lo que en este otro artículo -publicado en Galiciadiario.com- comentaba sobre las investigaciones de Mitchell. ¿Y cuál es esa propuesta? De manera resumida: una huida ordenada y sosegada del mundo. Por “mundo” me refiero a esa especie de sindiós hecho a base de tensiones, estrés, confusión, caos, presiones y exigencias (por ser más, ganar más, conseguir más). Esa idea que citaba a propósito de la miniaturización de la existencia me parece enormemente sugerente, y cualquiera que tenga un mínimo sentido de la observación de lo que le rodea, se dará cuenta de que no son pocos los que encuentran su oasis vital en la entrega a ese cultivo de lo pequeño, necesariamente vinculado al uso de la motricidad fina

Como ejemplos de miniaturización citaba en aquel artículo la tradición nipona del cultivo del bonsái (sin olvidarnos del ikebana). Pero hay otros muchos universos que están, en esencia, en la búsqueda de resultados parecidos. Y digo universos porque ensanchan claramente el contexto restringido (en un sentido espacial , pero no solamente) de esas aficiones/actividades anteriormente citadas. En este verano he podido comprobar la consistencia de este principio -el de la evasión sosegada y ordenada- acompañando a algunos miembros de mi familia a pescar. Lo que fundamenta y permite estar entretenido tiene que ver con un sinfín de pequeñas decisiones que requieren de toda nuestra atención. Esa constatación de estar “volcado” mentalmente en lo que hacemos nos libera de cualquier otra inquietud. 

La cuestión, por tanto, no es alcanzar ese imposible de la mente en blanco (los intentos por conseguirlo siempre se topan con la evidencia de que la atención ha de estar siempre puesta en algo, aunque sea simplemente…nuestra propia respiración contando los segundos de las apneas -por ejemplo-) sino la de encontrar la excusa y el objeto para absorbernos completamente, evitando todo lo que deseamos evitar. En el mundo de la pesca esto tiene múltiples variantes: tipos de cebo, de caña, de carrete, de sedal, horas para pescar determinadas especies, lugares más o menos propicios, técnicas de lanzamiento y arrastre… lo cual abre todo un universo de posibilidades con las que es posible, precisamente, jugar. Solo falta añadir un ingrediente que lo preside todo: el cultivo de la paciencia. Una paciencia que pone la vida en ralentí -una experiencia muy confrontadora, como suele decirse- y que nos plantea la plena ruptura con las urgencias de lo ordinario.

Lucas Ricoy


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