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José Manuel López García
Cartas al Director
Mi rincón

Del portal al mundo

15-09-2025

Hay una verdad incómoda que rara vez nos gusta reconocer, lo que somos como sociedad se refleja, de forma cristalina, en lo que somos en lo más cercano. Una comunidad de vecinos, por ejemplo, no deja de ser una maqueta en miniatura de un país, con sus normas, acuerdos y responsabilidades compartidas. 

Sin embargo, en demasiados edificios, las reglas se ignoran, los acuerdos se rompen y el bien común se sacrifica en favor de intereses personales. El resultado es conocido, conflictos, resentimientos, falta de confianza y un ambiente enrarecido donde cada uno mira solo por lo suyo. 

La pregunta es inevitable, si no somos capaces de respetar las normas básicas que sostienen la convivencia con quienes tenemos pared con pared, ¿cómo vamos a gobernar un país? Y, más aún, ¿cómo vamos a colaborar entre naciones para afrontar problemas que exigen cooperación global? 

A esta incapacidad se suma un fenómeno preocupante, la deshumanización creciente. Cada vez nos cuesta más ponernos en la piel del otro, salvo que su problema nos toque de cerca. Miramos para nuestro propio ombligo y, cuando la injusticia, la miseria o la violencia están lejos de nuestras fronteras, nos desentendemos como si no existieran. Así, el sufrimiento ajeno se convierte en una estadística y la compasión en un recurso escaso. 

Hoy, el mundo enfrenta desafíos enormes, crisis climática, desigualdades crecientes, guerras y tensiones geopolíticas. Resolverlos requiere la misma materia prima que mantiene en paz un bloque de vecinos, respeto, comunicación, compromiso y un sentido real de comunidad. Si en lo pequeño fallamos, en lo grande fracasaremos. 

La política internacional no es, al fin y al cabo, más que una reunión de “comunidades” más grandes. Si sus miembros, los estados, se comportan con la misma irresponsabilidad con que a veces lo hacemos en lo cotidiano, el resultado es la parálisis y el caos. 

Quizá la solución pase por entender que las reglas no son un capricho ni un adorno legal, sino un pacto para que todos podamos vivir mejor. Y ese pacto empieza en casa, en la escalera, en el portal. Porque, aunque nos guste pensar que gobernar un país o el mundo es tarea de grandes estadistas, la verdad es que empieza en lo que hacemos cada día, sacar la basura a su hora, no invadir el espacio ajeno, respetar el descanso del otro. También, ante todo, ser honestos, con la verdad siempre por delante, no esquivar los problemas, ni derivar las culpas hacia otros, por el simple hecho de quedar impunes ante los demás. 

Tal vez, el día que logremos convivir sin rencores ni egoísmos en un simple rellano, podremos aspirar a un mundo donde las fronteras no separen, sino unan. Hasta entonces, lo que no sepamos corregir en lo cercano seguirá creciendo, y terminará dictando, para mal, el rumbo de todos. 

Y, por si alguien aún no lo ha pensado, recordemos esto, los problemas no vienen de Marte. Vienen de nosotros. Si el mundo está como está, es porque lo dirigimos igual que gestionamos nuestro rellano. Con silencios, con mentiras encubiertas, con malas interpretaciones y en muchos casos no reconociendo la evidencia o la verdad. 

En el mundo viven 8.000 millones de personas, un auténtico galimatías de relaciones de toda clase. Pretender que el mundo esté organizado es como querer sacar el agua de los océanos con un cubo, lo que es imposible. Pero podríamos ser más lógicos, racionales y coherentes, todo sería mucho mejor, siempre con la verdad por delante.

Conchi Basilio


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