Cada seis meses, como si de un ritual arcaico se tratara, nos enfrentamos al sin sentido del cambio de hora. Una práctica que, lejos de aportar beneficios reales, sigue impuesta por pura inercia burocrática. La pregunta es inevitable ¿qué demonios estamos esperando para abolir de una vez esta tontería?
El cambio de hora nació con la excusa del ahorro energético. Pero en pleno siglo XXI, con tecnología de iluminación eficiente y hábitos laborales completamente distintos a los de hace décadas, este argumento hace aguas por todas partes. Numerosos estudios han demostrado que el supuesto ahorro es insignificante y que, en cambio, los efectos negativos son evidentes: alteraciones del sueño, reducción de la productividad, aumento de accidentes de tráfico y problemas de salud en personas vulnerables.
Es decir, nos obligan a trastocar nuestro reloj biológico, afectando al bienestar de millones de personas, solo para mantener una tradición obsoleta que ya no cumple ninguna función útil. Cada vez que llega el cambio de hora, medios de comunicación, empresas y ciudadanos entran en el debate de siempre, ¿se adelanta o se atrasa?¿dormimos más o menos?¿se nos hará de noche antes o después? Una confusión absurda y repetitiva que, lejos de tener sentido, solo refleja la incoherencia de esta práctica.
Países como Rusia y Turquía ya dijeron basta. Incluso la Unión Europea votó en 2019 a favor de eliminar el cambio de hora pero, como era de esperar, el asunto quedó estancado en la burocracia. Seguimos atrapados en un sistema ilógico que nadie parece tener prisa por desmontar.
En un mundo donde los electrodomésticos están cada vez más automatizados y conectados, ajustar manualmente la hora en algunos dispositivos, sigue siendo un fastidio innecesario. Las personas jóvenes pueden sincronizar sus móviles y que el cambio de hora se ajuste automáticamente, pero ¿Qué pasa con los que no están familiarizados con la tecnología? Muchas personas mayores siguen utilizando hornos, microondas, relojes de pared o despertadores digitales que requieren un ajuste manual ¿por qué obligarlos a lidiar con esta incomodidad dos veces al año por una norma absurda que ya no tiene sentido?
Lo irónico es que la tecnología ya nos permite prescindir del cambio de hora. Hoy en día, si realmente importara la luz natural para ahorrar energía, bastaría con que cada persona adaptara su rutina según su necesidad, sin trastocar el reloj oficial de todo un país. La solución es simple, fijar una hora estable y dejar que cada uno administre su tiempo según su realidad.
Si está demostrado que el cambio de hora no sirve para nada útil, que genera más problemas de los que resuelve y que la mayoría de la gente lo considera innecesario, ¿por qué seguimos con esta pantomima? Quizás porque es más fácil mantener una rutina absurda que tomar una decisión lógica. Pero la paciencia tiene un límite, y la pregunta sigue en el aire: ¿a qué esperan para eliminar esta estupidez de una vez por todas? No es una cuestión de costumbre, sino de sentido común.
Conchi Basilio