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José Manuel López García
Ernesto González Valdés
Mi rincón

El golpe invisible

03-12-2025

Hay dolores que se ven y dolores que no. En una sociedad cada vez más informada sobre los diferentes tipos de violencia, todavía existe una herida silenciosa que muchos prefieren no mirar, la violencia psicológica. No golpea la piel, no deja hematomas ni fracturas, pero rompe algo mucho más profundo. Y quienes la han sufrido lo saben bien, es un dolor que te quita la voz, que te obliga a sobrevivir en un mundo que ya no reconoces como tuyo. 

Cuando hablamos de violencia, solemos imaginar el golpe físico, el grito o el empujón. Pero la violencia psicológica opera de otra manera, es lenta, insistente, casi invisible. Se alimenta de pequeñas humillaciones, comentarios hirientes, silencios calculados, desprecios cotidianos o manipulaciones que se repiten hasta desgastar cualquier resquicio de autoestima. No aparece de repente, se desliza como una sombra que cada día avanza un poco más. Y cuando la víctima quiere darse cuenta, ya no sabe dónde quedó la persona que era antes. 

Ese es quizás su aspecto más cruel, la anulación progresiva. La víctima aguanta, intenta comprender, busca justificar lo injustificable. Se convence de que quizá exagera, de que las cosas no son para tanto. Pero la herida va creciendo, aunque desde fuera nadie la vea. Todo se vuelve confuso, como si una niebla interior lo invadiera todo. La mente ya no es un refugio, sino un campo de batalla donde la persona lucha consigo misma para intentar seguir adelante. 

El dolor psicológico tiene una característica particularmente devastadora, te hace dudar de tu propia percepción. Cuando alguien te repite que estas exagerando, que eres demasiado sensible, que lo que recuerdas “no paso así”, terminas creyendo que el problema eres tú. Y ese es el mayor triunfo del agresor, lograr que sea la víctima quien se culpe a sí misma. 

Pero la violencia psicológica no solo hiere, silencia. Quienes la padecen suelen callar por vergüenza, por miedo a no ser creídos, por temor a que les digan que “no será para tanto”. Y así, el aislamiento se convierte en una segunda cárcel. Hablar de violencia emocional sigue siendo difícil porque, a diferencia de un golpe, no deja marcas evidentes que mostrar. Por eso es tan importante escuchar sin juzgar, prestar atención a los signos, creer en el relato de quien se atreve a romper su silencio. 

La sociedad tiene todavía un largo camino por recorrer en este ámbito. Necesitamos comprender que la violencia no se mide únicamente por la fuerza del impacto, sino también por la profundidad del daño. Y que el dolor interior puede ser incluso más devastador que el físico, porque se clava en lugares que nadie ve y que, a veces, ni la propia víctima sabe cómo nombrar. 

Sin embargo, hay algo que conviene recordar, es posible salir siempre. Duele, cuesta, pero es posible. Recuperar la voz, reconstruir la autoestima, aprender a decir “esto no me lo merezco”, es un proceso lento, pero es un camino real. Y cada paso hacia adelante es una victoria silenciosa contra quienes intentaron borrar una vida desde dentro. 

La violencia psicológica no se desea ni al peor enemigo, porque destruye sin hacer ruido. Pero hablar de ella, reconocerla, escribirla, es una forma de devolver luz a quienes aún viven a oscuras. 

Y, sobre todo, de recordarles que su dolor es válido, que su historia importa y que, aunque cueste creerlo, no están solos. Y, sobre todo, conviene recordar algo esencial, nadie merece atravesar esta oscuridad en soledad. Siempre hay alguien dispuesto a escuchar sin juzgar, a tender una mano con respeto, con calma, con verdadera comprensión. A veces es un amigo, otras un profesional, otras una persona inesperada que simplemente sabe ver lo que otros no miran. Pero existe, y pedir ayuda no es un signo de debilidad, es un acto de valentía. 

No te rindas, no te creas nunca el silencio que te impusieron. La fuerza de voluntad mueve montañas, incluso cuando parece que el alma ya no tiene fuerzas para levantarlas. Y aunque el camino sea largo, cada paso, por pequeño que parezca, es una victoria. Una prueba de que la vida puede reconstruirse, que la dignidad puede recuperarse, que uno puede volver a ser dueño de su propia voz. 

Porque la violencia psicológica intenta apagarte, pero tú tienes dentro una luz que nadie tiene derecho a apagar. Y esa luz, cuando decides protegerla, ilumina incluso los lugares más rotos.

Conchi Basilio


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