EFE | Agotados pero al pie del cañón un día tras otro.
Así están en críticos. No en vano, es la mejor definición del estado de
ánimo de los profesionales sanitarios que lidian con los contagios de
la covid-19, tanto desde Cuidados Intensivos (UCI) como en REA, unidad
de reanimación.
“Nos sentimos cansados físicamente, pero psicológicamente es
agotador no ver un final cercano. Respecto a la primera ola, pensábamos
que iba a superarse; la segunda, también. Pero esto se repite y ya creo
que volveremos a tener una cuarta”, reflexiona el especialista de
Medicina Intensiva del Complejo Hospitalario Universitario de Ourense
(CHUO), Pablo Vidal.
La dureza de la tercera ola empieza a sumir a estos
profesionales, que se encuentran casi al límite de sus fuerzas, en una
honda desesperación, provocada por la sobrecarga asistencial y la
sensación de haber regresado a la casilla de salida, aunque ahora mejor
preparados.
“Un desafío”, resume este intensivista, el cual ha podido comprobar Efe al tener acceso gráfico a las instalaciones.
Vidal forma parte del amplio equipo que atiende a los pacientes
más graves del hospital, en UCI y REA, y muestra su preocupación por el
alto número de infecciones, cuyo pico espera que se empiece a ver “en
unos diez o quince días” y con la principal diferencia -respecto a los
inicios- de que ahora llegan familias enteras con la enfermedad.
Desde el comienzo de la crisis sanitaria, han ido pasando
pacientes por las diferentes unidades de críticos de su centro, muchos
con insuficiencia respiratoria muy severa. De hecho, en un altísimo
porcentaje requirieron ventilación mecánica y sedación.
Para muestra un botón. Este profesional cuenta "con los dedos de las manos los que no se intuban”.
¿Y cómo llegan los pacientes? “Lo que se ve es que están
asustados y muy preocupados, ven que puede ir mal y eso se aprecia en su
cara de angustia”, destaca Vidal.
Hugo Babarro, enfermero de UCI que en la primera ola alzó la voz
para criticar duramente el material defectuoso que había en el centro
hospitalario, lamenta que un año después tengan la sensación de "volver a
estar en la casilla de salida”, aunque mejor preparados.
A sus 45 años y con más de dos décadas de experiencia
profesional, quince de esos años en UCI, esgrime que la actual es una de
las situaciones "más estresantes” que ha experimentado.
Al principio, rememora, porque los medios de protección eran los
justos. No se conocían bien los protocolos y faltaba material. Ahora,
por la presión asistencial.
Uno de los primeros ingresos que tiene grabado a fuego Hugo
Babarro en su mente es el de una persona procedente de Alemania.
“Se
habían contagiado sus padres; al poco de venir, acabó en UCI y
falleció”, dice este profesional que trabaja en la zona “sucia” del
hospital.
Con la experiencia de casi doce meses bregando contra la
adversidad, la gente como Babarro pide auxilio para poder atender la
enorme carga de trabajo, agravada porque además de los casos con
covid-19 tienen que ocuparse lógicamente de pacientes de otras
patologías.
Esta situación, sostiene, "ha obligado a readaptar espacios y
traslado de pacientes, como los enfermos coronarios. Ya no es la
sobrecarga en sí, sino lo que sobrecarga al resto de unidades”,
reflexiona este enfermero, que ha visto como la reanimación “se está
usando como unidad covid”.
Hugo cree que si la ciudadanía viese “la cruda realidad” a la
que se enfrentan, se “concienciaría más”. “Puedes pensar que no es para
tanto. Porque semeja que a quien no le ha tocado esto de cerca, pues
parece que no va con él”, se queja.
“Pero si viesen las miserias que vemos aquí, la gente no se
tomaría las medidas tan a la ligera”, incide este enfermero, que siente
“más protegido" dentro que "fuera”.
Todas estas son observaciones que deja este trabajador de la
sanidad pública, que ha visto “de todo” en este tiempo, desde pacientes
que se muestran “muy críticos” con los que incumplen las normas en la
calle hasta “negacionistas que decían no haber tenido covid”.
A la espera de recibir la segunda dosis de la vacuna, estos
profesionales del hospital orensano coinciden en que el antídoto es la
"clave" para acabar con “los estragos” causados por el SARS-CoV-2, un
minúsculo patógeno.
“La vacunación será lo que nos saque de esto”, rematan Babarro y Vidal.