De la mano de tiempos pasados, el gran filosofo griego, Platón, plasma en una de sus obras de juventud el discurso dado por Sócrates ante el tribunal ateniense, el cual juzgaba a este a raíz de sus estudios referentes a la astronomía, ya que estos fueron interpretados como una falta de respeto hacia los dioses de la polis.
“Scio me nihil scire”, solo sé que no sé nada, uno de los fragmentos deducidos del discurso que se desprende del texto de Platón. Esta transposición de términos a la época en la que nos encontramos genera, a mi entender, un aspecto de no retorno social. Sócrates pedía que se le juzgara teniendo en consideración lo que el llegaba a desconocer, partiendo de una increíble oratoria, que paso a la historia, llegando a nuestros días, como ejemplo en este campo. Sin embargo, hoy los alumnos manifiestan su objetivo de ser “juzgados” académicamente por este mismo criterio, dejando de lado la cultura y el saber que envolvían el gran discurso del maestro griego.
Esta decadencia cultural a la que se ve expuesta el futuro del país viene empujada por una ferviente ola de socialismo que ha controlado siempre el sector de la educación. Todas las reformas que ha vivido este país han mantenido una rúbrica socialista que, amparada por los sindicatos de profesores y el alumnado, han contribuido a la erradicación de cualquier tipo de exigencia a la hora de formar.
A pesar de esta gran sombra socialista, hubo un tiempo en el que un pequeño rayo de sol se colaba en la oscuridad, una tímida reforma que poco a poco cogía fuerza de manos de lo que hasta entonces era un ministro que pasaba desapercibido, la Ley impulsada por el ministro de educación Wert. Una reforma educativa, nacida con el apoyo del pueblo al otorgar este una mayoría absoluta parlamentaria al partido del mencionado ministro, lo cual suponía el aval de las actuaciones de este. Sin embargo, como ha pasado a lo largo de la historia la Derecha española volvió a agachar la cabeza ante una minoría alborotada que se lanzo a la calle luchando por sus “Derechos”, sin entender que esos derecho suponen la mediocridad absoluta y la incultura perpetua de la sociedad.
Empleando a los jóvenes como herramienta política, engañándolos para que luchen contra sí mismos y su futuro, como en tiempos de Roma se empleo a los Visigodos como arma combativa a base de falsas promesas que al final supusieron tan trágicas consecuencias para el imperio, ahora los partidos políticos hacen lo mismo con los jóvenes del país, suponiendo esto un futuro lleno de incertezas.
Debemos recordar que tras las elecciones nacionales de victoria discutida por todos los frentes políticos, la educación ha vuelto a llevarse un ramalazo injustificado. Una unión de partidos, amparados todos en valores socialistas se han sumado para crear una nueva reforma, la cual no ha presenciado demasiada lucha por parte de la Derecha, como es habitual, a la hora de su implantación.
Dicha reforma supone, entre otras muchas maravillas, la consecución del título de educación secundaria aun sin superar dos de las pocas asignaturas que se le presentan al alumno el último año de esta. No alcanzando el alumno una media de un cinco, un suficiente general, igualmente se verá aprobado y dispondrá de su titulo. Sin exámenes que avalen a los profesores sobre sus resultados, ni teniendo que demostrar sus alumnos un conocimiento mínimo, los docentes se ven protegidos por una muralla social tras la que se escudan a la hora de ejercer de manera eficiente su función académica. Por su parte, los menores ven facilitada aun más su labor, hasta un punto que roza el absurdo. Por último tanto políticos como sindicatos han visto las puertas abiertas al poderse colgar la medalla de lucha contra la opresión derechista y el abuso de la cualificación objetiva, sin entender que están cavando su propia tumba.
El mayor defecto de la política actual supone la característica esencial de la democracia, el populismo y la actuación basada en el corto plazo. Así pues, la educación demuestra él porque el sistema público no está capacitado para actuar sobre ella, sino que deberá ser el sector privado, basado en la excelencia formativa, el fomento de sus alumnos y su marco de conocimiento, el que debe autorregularse basándose en los principios del mercado. Los alumnos no dispondrán del amparo social de justificación y ataque a la objetividad examinadora de la que se valen ahora, sino que se buscará la eficiencia y la expansión de la validez docente, generando personas preparadas culturalmente para la vida.
Tenemos que buscar el futuro a largo plazo, pensando en el bien venidero y la mejora de la sociedad gracias al impulso que solo el mercado puedo impulsar, ya que este prima la excelencia ante la mediocridad, contrapuesto esto último al sistema público basado en una democracia, en el cual no se busca más que el resultado a corto plazo, destruyendo el futuro, sin pensar en las consecuencias.
Antón Prieto