Cuando un gobierno, como el español, reprime, recorta derechos básicos, permite tasas de pobreza y exclusión social de cerca de un 30%, quiere decir que le preocupa poco el bienestar de su pueblo. Esconderse en su cúpula de oro, construida a base de soberbia y desconfianza contra supuestos enemigos por el simple hecho de que discrepan, es declarar que los ciudadanos representan un peligro y hay que combatirlos mediante la estrategia del miedo para mantenerlos a raya y más bien sometidos.
Un ejemplo bien presente es que mientras nos invaden con tantas imágenes del referéndum del 1 de octubre en Cataluña, nos distraen para que no pensemos tanto en la corrupción y en los problemas que de verdad nos atañen, pero la jugada no vale, si los catalanes se quieren ir de España, que se vayan, pero deben de tener en cuenta que en su contra tienen muchas cosas como que se quedarán fuera del mercado único europeo, fuera de la Organización Mundial del Comercio, llegará el efecto frontera, quedarán fuera de la Eurozona, se acabará la libre circulación de trabajadores, pierden la garantía de los depósitos bancarios, la pérdida de los fondos y ayudas europeas al desarrollo, adiós al colchón de los rescates, sin protección financiera, se acabaron los programas de formación e investigación, adiós a las ayudas a la financiación de las pymes, pérdida de influencia a nivel mundial…. Pero donde se creen que están viviendo, en el país de nunca jamás.
Pero el análisis de estos dislates solo identifica a políticos que durante muchos años han formado parte de la administración de nuestro país con criterios de exclusión e intolerancia hacia el pensamiento de los demás, pero siempre cerrando los ojos ante acciones ilícitas que muchos de los suyos llevaban a cabo con el dinero público. Ante todo esto siento vergüenza ajena de quienes quieren mantener el poder a toda costa, defraudando la confianza de la mayoría de las personas, como ejemplo no dar solución a los desahucios para los más débiles frente al abuso bancario, empresarial y político institucional.
El fenómeno de la corrupción, bien sea en forma de tráfico de influencias o en forma de obtención de favores ilícitos a cambio de dinero u otros beneficios, constituye una vulneración de los derechos humanos, que generalmente lleva a una violación del derecho a la igualdad ante la ley, lo cual les lleva a sustituir el interés público por el interés privado de quienes se corrompen. Tenemos numerosos políticos con causas judiciales pendientes, los juzgados desbordados, el 95% aproximadamente de ciudadanos convencidos de que el sistema favorece la impunidad. A vista de pájaro una de las peores lacras para el país. Un ejemplo de como la codicia reúne incluso a políticos de ideologías contrapuestas en el saqueo de las arcas públicas; pero debemos hacer mención a los casi 18.000 cargos aforados que no pueden ser juzgados por los tribunales ordinarios y disponen de un privilegiado blindaje, el cual en la mayoría de los casos, les libra de las pesquisas judiciales. Los jueces no dan abasto y llevan años reclamando sin resultado más medios y refuerzos, ya que el último juzgado de la Audiencia Nacional se creó hace más de 20 años.
Parece como si no hubiese interés por parte del poder para acabar con la corrupción, pero es que además seguimos estando por debajo de la UE en número de jueces y fiscales, mientras esto siga así, no veo que llegue una solución a corto plazo. Los jueces de España han vuelto a pedir el fin de los aforamientos para los políticos, ya que esto dilata la instrucción de los procedimientos por corrupción, lo cual nos lleva a pensar que de momento la ley no está siendo útil para combatir de una vez toda esta lacra.
Pero descuiden señores que si un trabajador en paro y sin ninguna ayuda se le ocurre robar para sobrevivir, a este se le hace un juicio rápido y seguro que va a la cárcel, igual por más tiempo que el que se ha acolchado bien para toda su vida y la de sus vástagos del dinero de todos los contribuyentes, teniendo en cuenta que aunque pise la cárcel hay dinero para la fianza y más.
Conchi Basilio