Cada enfermedad es una señal de que en el paciente mismo hay algo que no está en orden, sea en su comportamiento hacia sus semejantes o hacia sí mismo. Esto significa que su forma de pensar y vivir no está en consonancia con las leyes cósmicas. Cada enfermedad orgánica grave es al mismo tiempo una enfermedad del alma. Si encontramos los conflictos anímicos en los que radica la enfermedad y aprendemos a eliminarlos, nos irá mejor también físicamente.
Dios es la salud, y si nosotros somos la enfermedad es que en nosotros hay básicamente un comportamiento erróneo. Antes de una enfermedad grave, así lo muestra la experiencia, existe una serie de pequeñas enfermedad o dolencias que sirven de indicación para las causas. Estas quieren ayudarnos a encontrar las causas a tiempo, para que la enfermedad grave no tenga que irrumpir.
Una enfermedad grave no se presenta de hoy a mañana. Antes, incluso muchos años antes, nos llegan diversos impulsos que pueden ser enfermedades menores, o mayores; nos vienen recuerdos de nuestros semejantes, de los que nos habíamos separado con enemistad; también las dificultades con nuestro prójimo nos pueden indicar que en nosotros hay algo igual o similar a lo que reprochamos al prójimo. Todo esto y varias cosas más nos indican que deberíamos prestar atención a nuestros pensamientos y que deberíamos purificar lo que reconocemos día a día.
En conversaciones con pacientes gravemente enfermos, según relatan médicos naturistas de un clínica alemana, experimentamos una y otra vez que efectivamente años antes de presentarse la enfermedad grave había sucedido algo importante, ya se trate de un fuerte traumatismo anímico, una fuerte pelea o algo similar, quizás decepciones que no fueron perdonadas, algo que se fue arrastrando durante años. Es decir que el paciente recibió advertencias. Pero en lugar de trabajar con ellas y solucionar los problemas, las reprimió o las esquivó, echando la culpa a los demás. De esta manera siguió arrastrando consigo su culpa, hasta que la enfermedad grave irrumpió.
La enfermedad desaparece y la salud se restablece, pero solo si es bueno para el alma. Sin embargo no siempre es favorable y bueno para el alma aquello que la persona desea para el bienestar de su envoltura perecedera, su cuerpo físico. El sufrir y los pesares sirven al proceso de madurez del alma. Así más de un alma encarna en un cuerpo humano con la intención de expiar algunas de sus cargas, sus culpas en forma de enfermedad, penas o padecimientos. Dios, Su Ley, Su Voluntad, ayuda siempre en primera línea al alma, y en segundo lugar a la envoltura, al cuerpo. Por tanto la enfermedad, el sufrimiento está registrado en el plan de ese alma para esta vida terrenal. Por lo tanto para el proceso de madurez del alma, una enfermedad puede ser una bendición, pues cada enfermedad es una culpa del alma que se vierte de esta liberándola.
José Vicente Cobo