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José Manuel López García
Cartas al Director
Mi columna

Los vecinos y la democracia

28-03-2022

Hace unos días leía un comentario en una red social sobre la dificultad que tienen ciertos políticos para hacerse entender por el común de la gente (se refería el comentario, en este caso, a un político que milita en un partido que integra la coalición de gobierno hablando de agricultura en unos términos que pocos podrían traducir para hacerlos comprensibles por los de a pie, como suele decirse). Alguien, respondiendo a ese comentario apuntó: “hablan de cosas que apenas tienen que ver con nuestra vida”.

David Ausubel, uno de los más conocidos teóricos del aprendizaje, desarrolló la teoría del aprendizaje significativo. En ella viene a decir que los adultos solo aprenden de verdad cuando se les pone en contacto con conocimientos que pueden vincular de manera más o menos inmediata con sus propias experiencias personales. El cerebro –nuestros cerebros, y cuanto más adultos más acusadamente- tiene dificultades para entender aquello que no forma parte de su experiencia. Tanto es así, que algunos llegan a entender ciertas cosas –como mucho- a través de las llamadas experiencias vicarias. Parece ser que es preferible que otro te cuente su experiencia para captar un mensaje o extraer una moraleja, que recurrir a sofisticadas teorías, aunque estas últimas sean más rigurosas y verídicas.

Reflexionaba sobre esto al leer sobre uno de mis temas favoritos: las dinámicas grupales y la conformación de las decisiones. Es un tema que ha sido tratado también desde la teoría política o si se prefiere, y más concretamente, desde la filosofía política. Una de las corrientes que más recepción han tenido en las últimas décadas a propósito del debate liberalismo-republicanismo ha sido la teoría de la democracia deliberativa. Desarrollada por el filósofo alemán Jurgen Habermas, viene a decir que la falta de legitimación de las élites partidistas debería de ser compensada por un proceso en el que los ciudadanos podamos participar activamente para expresar nuestras opiniones y preferencias, debiendo ser las decisiones de las instancias política reflejo -en mayor o menor medida- de estas.

La cuestión es que para que este modelo teórico ideal puede llevarse a cabo en la práctica deben de darse una serie de condiciones de muy difícil cumplimiento. O casi imposible, siendo honestos. Para entender esta cuasi imposibilidad, tenemos a mano la experiencia de las juntas de propietarios de fincas urbanas (de vecinos, para acortar). Muchos de nosotros, sin duda, hemos pasado por ellas y sido testigo de los despropósitos que muchas veces se dan. Son una “pequeña locura” más de la vida, donde la posibilidad de decidir lo más razonable, lo más sensato, lo más rentable, lo más eficiente puede ser un óptimo deseable al que nunca se acaba de llegar.

Así es. Las reuniones de vecinos son un perfecto laboratorio para comprobar, hasta qué punto, las reglas democráticas se aplican en un lugar propicio para ello (y para obtener acuerdos razonables, ese no va más). Los críticos de la democracia deliberativa especifican las condiciones que han de darse para conseguir ese óptimo, y algunas de ellas son las siguientes:

-Primero, para debatir y tomar decisiones razonadas, los factores de contexto físico importan y mucho. De manera más clara: si las personas no se reúnen en un lugar sin ruido de fondo, donde puedan incluso sentirse cómodas (y preferiblemente sentadas, incluso) es muy probable que toda esa áspera incomodidad dificulte la capacidad para escucharse bien y razonar a partir de lo escuchado. 

-Segundo, el asunto del tamaño de grupo. De manera unánime los psicólogos sociales apuntan a que los grupos optimizan sus procesos de comunicación y elevan la calidad en la toma de decisiones cuando se componen de –más o menos-…ocho miembros. Irse mucho más allá de ese tamaño empieza a hacer las cosas más complicadas, cuando no abiertamente ineficaces. Y superar la barrera de los doce miembros supone entrar de lleno en una dinámica tipo jaula de grillos.

-Tercero, el problema de los discursos orientados al provecho individual pero disfrazados de bien común. Aquí es cuando, como suele decirse, “la política se vuelve psicopatía”. Pero también muchas relaciones al margen de la misma. Y es que hay un tipo de seres humanos con una enorme habilidad para este tipo de travestismo. Un ejemplo: recientemente, en el edificio donde vivo, se llevó a cabo una reforma integral para aplicar un recubrimiento antihumedad (además de otras intervenciones relacionadas con el amejoramiento de su estructura). Ciertas personas mostraron especial interés en que se aprobara el presupuesto más fastuoso, y lo lograron. En cuanto se llevó a cabo la reforma, algunos de ellos…vendieron su vivienda. El interés general era realmente su interés (revalorizar la vivienda en un mercado en fase alcista).

-Y por último, está el problema de las exigencias cognitivas. ¿Qué se entiende por tal? Pues que las buenas decisiones requieren de un nivel de conocimiento previo del que…sencillamente muchas personas carecen. Para más inri, se necesita poder depurar las propuestas para encontrar la más racional y ello lleva su tiempo. Tiempo que no se da, o que no se quiere emplear (y hay que entender el factor humano en este tipo de razonamiento: los horarios de por sí agotadores y, con frecuencia, la gente quiere cerrar cuanto antes las deliberaciones para volver a sus hogares).

Hace algunas décadas Serge Moscovici y otros psicólogos sociales indagaron sobre el rol de las minorías en el cambio social. Una de sus conclusiones fue que los cambios reales se producen gracias a minorías bien organizadas y lo suficientemente persistentes en sus propuestas. La gracia de esto (y lo de “gracia” es una ironía) es que los más decididos -porque tienen sus intereses claros, mientras que el resto navegan en la indefinición- muchas veces acaban de arrimar el ascua a su sardina por pura insistencia. Ya saben, es aquel “si no lo aprueban hoy, ya conseguiremos que lo consientan mañana”.

Recuerde: si quiere aprender a ganar el juego, no le queda más remedio que entender cómo funciona realmente.

Lucas Ricoy


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