El libro de Shoshana Zuboff titulado La era del capitalismo de la vigilancia publicado en español en 2020 es un extenso ensayo, que trata numerosos aspectos de la realidad del capitalismo neoliberal salvaje, característico de la era digital en la que estamos viviendo. Sirve también para comentar diversos aspectos de la situación que los ciudadanos están afrontando en estos últimos años, por causa del control digital de la existencia y de las acciones y conductas humanas.
Como se sabe las redes sociales y las grandes empresas tecnológicas, que son las propietarias de las mismas, cada vez tienen más influencia en los gobiernos de muchos países y condicionan algunas decisiones políticas de una manera indirecta, velada y casi invisible. Los mercados de futuros conductuales son desarrollados a través de internet, por las grandes compañías digitales, para vender todo tipo de productos y servicios, a través de la minería de datos extraídos de las principales redes sociales con más difusión y alcance. La inmersión digital en la que vive la mayor parte de la ciudadanía mundial produce un enorme volumen de riqueza y poder. Los datos extraídos de las conductas de los internautas en las redes sociales son realmente ingentes cada día. Son analizados con potentes algoritmos y todo esto conduce a una sociedad digital, que explota de modo constante e inexorable los gustos de las personas creando también necesidades artificiales, para obtener mayores beneficios económicos en una espiral que no termina nunca. Los promotores de la colmena mundial controlada digitalmente obtienen un máximo lucro.
Se observa de un modo irrefutable, que todos estos mecanismos digitales, junto con los efectos de una masiva publicidad, que pretende potenciar con la mayor intensidad posible una sociedad digital de consumo dirigido, está causando un incremento cada vez mayor de la polarización y la desigualdad económica en el planeta.
La vida social es cada vez más fragmentaria, encerrada en un individualismo relativista, que aísla a las personas y que provoca también una competencia feroz, que deshumaniza la propia existencia hasta niveles increíbles.
Con este capitalismo de la vigilancia digital, la libertad humana se volatiliza para muchos sujetos. Los que se resisten al control pueden ser libres, pero esto cada vez requiere mayor esfuerzo y tenacidad. Los nuevos métodos de ingeniería social y modificación del comportamiento, a través de las redes sociales y de los medios de comunicación son sofisticados, pero no por ello dan menos resultados, todo lo contrario.
La autonomía individual y los derechos democráticos y el empoderamiento individual no pueden ser destruidos, por los intereses económicos de las grandes empresas digitales, que son más poderosas que algunos países.
La digitalización o la Inteligencia Artificial deben obedecer leyes y normas que respeten principios éticos básicos. La labor de los gobiernos de los países es que los procesos digitales favorezcan la igualdad económica y social en todos los casos y no sean causa de discriminación de una parte muy considerable de la población. No se trata de prescindir de los extraordinarios avances tecnológicos. Se debe utilizarlos en beneficio de la humanidad, ya que el interés general y el bien común son uno de los objetivos principales de su uso masivo.
Frente a la atomización social y la injusticia, causada por el capitalismo de la vigilancia, es preciso cambiar el enfoque radicalmente reafirmando los derechos democráticos individuales. El derecho a la privacidad es sagrado y no se está respetando en muchos casos y situaciones y no es suficiente compensar este atropello, con indemnizaciones económicas multimillonarias. Es necesario que los gobiernos establezcan limitaciones, controles y líneas rojas cueste lo que cueste, para que las empresas tecnológicas cumplan las normas, sin excepciones ni tratos de favor. Están en juego unos modelos de vida libres y democráticos.
La manipulación de la mente y la conducta de las personas para ganar más dinero, a través de los entornos digitales es éticamente inadmisible y legalmente también. El derecho a la protección de datos es la punta del iceberg de lo que resta por hacer. No se puede permitir que los movimientos de los ciudadanos estén siendo vigilados continuamente, por sofisticados sistemas de rastreo o a través de satélites y cámaras. Tampoco está bien que las llamadas telefónicas puedan ser espiadas, sin ninguna justificación o autorización judicial.
En definitiva, ya somos la sociedad del Gran Hermano, desgraciadamente, pero todavía existe la posibilidad de transformar este tipo de sociedad digital, que controla excesivamente a las personas y quiere manipularlas para lograr más beneficios económicos. Ver video
José Manuel López García