El próximo domingo tenemos una nueva cita con las urnas, en este caso para decidir la configuración del parlamento europeo. Son históricamente las elecciones que registran una participación más baja, un fenómeno paradójico, teniendo en cuenta la trascendencia de las políticas que se deciden en las instituciones europeas, que marcan en muy buena medida la vida de los ciudadanos de la Unión Europea. Cuestiones como las políticas de vivienda, la regulación laboral, la fiscalidad, la lucha contra el cambio climático y la sostenibilidad o las políticas de inmigración, entre otras, vienen definidas por las directrices europeas, que los estados miembros van adoptando con el objetivo de consolidar un marco común.
En este contexto, Europa tiene un reto que en los últimos años ha aflorado como prioridad máxima, muy en particular desde la pandemia. Me refiero a la reindustrialización. Nuestro continente perdió entre 2000 y 2020 un 20% de su tejido industrial, un sector que desde el siglo XVIII había impulsado su desarrollo económico y social hasta llevarlo a las cotas más altas de la historia de la humanidad. La globalización provocó que muchas empresas deslocalizaran la producción para llevarla a regiones con costos más reducidos, con la consecuente pérdida de puestos de trabajo y PIB. Y también de control de la cadena de suministros. La pandemia nos abrió los ojos definitivamente y ahora ya no quedan dudas de que recuperar tejido industrial es una de las prioridades estratégicas para los próximos años.
Tanto es así que los programas europeos diseñados con esta finalidad se denominan "Autonomía estratégica", un concepto que indica el verdadero reto: no depender de otras zonas del planeta a la hora de proveernos de productos y bienes esenciales. En este proceso, es importante afinar y ser capaces de generar actividad a favor de los actuales vectores del desarrollo. La descarbonización, la transición energética, la movilidad sostenible o la economía circular son, entre otros, los segmentos estratégicos para consolidar esta nueva industria europea que nos debe permitir recuperar posiciones en el tablero geoeconómico.
Una nueva dirección que no es, en absoluto, incompatible con las políticas para reforzar la competitividad de la industria existente, la que nos ha llevado hasta aquí y que tiene y debe tener un peso enorme en nuestra economía tanto en términos de puestos de trabajo como de PIB. De hecho, todas estas nuevas tendencias adquieren un especial sentido como complemento y factor de transformación de la industria de siempre. La química, la automoción y la fabricación de todo tipo de bienes están inmersos en un proceso de adaptación al nuevo marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La Agenda 2030 también va de esto, es cuestión de tener la mirada abierta y no enrocarse en un concepto excesivamente idealizado de lo que será la industria del futuro. Hay mucho en juego y no podemos perder más potencial.
Es muy importante que los ciudadanos y los agentes sociales estemos concienciados de la relevancia de este proceso y así lo exijamos a las fuerzas políticas europeas. Para que desde las instituciones europeas se creen las condiciones que lo favorezcan. Todo ello redundará en la creación de empleo estable y de calidad que solo la industria garantiza, un ámbito en el que Europa en general, y España y Cataluña en particular, retrocedieron con la excesiva terciarización de nuestra economía. Pongamos el foco en la reindustrialización de Europa y hagamos que nuestros representantes no lo pierdan. Jordi Margalef / Secretario de Comunicación del STR
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