Hace años publiqué en una red social un extenso comentario sobre las impresiones que me había provocado la serie DARK. Para mí fueron impresiones muy profundas que en el aquel entonces explicaba de esta manera: “Estoy convencido que todas las generaciones han tenido “su sensación de final de época”, pero todas han sido final y comienzo de un nuevo ciclo. Lo que pasa es que nos empeñamos en creer que ésta es peculiar, distinta, “la definitiva”. Pretendemos que todos los males que nos acechan son nuevos, propios y exclusivos del tiempo que nos ha tocado vivir. Pero no lo son. Todo lo que nos ocurre, ya ocurrió. Una y otra y otra vez. Es impresionante, en este sentido, lo que se descubre leyendo a los clásicos, o a aquellos que nos facilitan la labor de interpretarlos. Así que en ese proceso de “desvelamiento” del mundo nos encontramos ante esa paradoja: si todo volverá a ser de alguna manera, en algún sentido, “más de lo mismo”, ¿qué sentido tiene mantener la esperanza?”. 

Lo cierto es que la idea de que muchos aspectos de la existencia (y del mundo en que se desenvuelve ésta) se asientan sobre series de ciclos consecutivos es enormemente transversal -y precisamente por eso-, afecta a fenómenos, áreas y procesos de lo más dispares. Repasemos algunos de ellos sin, como suele decirse, afán de exhaustividad: 

-La carrera profesional como una sucesión de ciclos de aprendizaje. Alguno de los modelos de liderazgo (como el llamado “situacional”) comprende una tipología de estilos basados en las diferentes fases del aprendizaje de un oficio (o de los requerimientos de un puesto, si hablamos de niveles medios o gerenciales). Lo significativo del modelo es que este no se apoya solo en la competencia o destreza que se adquiere a medida que nos familiarizamos con el puesto y dominamos esas exigencias, sino también en el interés que esa relación va generando en nosotros. Se habla mucho de motivación -y de nuevo los enfoques son diversos y plurales- y uno de los conceptos que aparecen habitualmente al hablar de ella es el de la motivación intrínseca. Este concepto nos deriva a la relación íntima que mantenemos con las actividades y tareas propias de la ocupación. Por íntima nos referimos al nivel de implicación que un óptimo desempeño exige. Cuanto éste se da -a un nivel de dificultad no insalvable- esa implicación está asegurada. El cerebro se ocupa de afrontar el reto -y al hacerlo no se ocupa de sí mismo- de dominar los requerimientos y asegurar así un mayor nivel de maestría. Llegado el momento, ese desafío desaparece y la exigencia percibida baja drásticamente. La curva ya no da más de sí. El ciclo de aprendizaje ha terminado.  

-La producción de bienes y servicios como una sucesión de ciclos de aprendizaje (también). La industria y el consumo han avanzado -abarcando cada vez a más segmentos de consumidores- por la extraordinaria capacidad de nuestro sistema productivo para optimizar sus procesos, aprendiendo a generar bienes de mejor calidad de mercado y en menor tiempo. Ese proceso también tiene sus límites. Digamos que, llegado un momento, ya no hay casi nada nuevo que aprender (solo pequeños matices y retoques) y la posibilidad de seguir reduciendo costes también se “satura”. En el sector de la automoción se calcula que ese período dura diez años. A partir de ahí, llega el momento de liquidar stocks y pensar en un nuevo producto con el que iniciar una nueva curva de aprendizaje. 

-La historia como sucesión de ciclos en que los intereses de los de “arriba” y los de “abajo” divergen y acaban colisionando. Esta es la hipótesis que plantea Peter Turchin en su obra Final de partida. Lo novedoso de su planteamiento no está tanto en la idea del ciclo, sino en el abrumador apoyo de datos que aporta para defender su tesis. Ese aluvión de “data” ha llevado a Turchin a acuñar el término cliodinámica para referirse a patrones históricos recurrentes que han sido identificados al recabar, integrar y sistematizar lo obtenido de la enorme red de fuentes de datos existente (y que, en el caso de muchos países europeos, incluye lo consignado en los libros parroquiales, por cierto). Lo que se ha encontrado Turchin al interpretar correlaciones (y deducir a continuación causaciones “robustas”) es que los momentos que coinciden con profundos (y muchas veces violentos) cambios sociales están asociados a un proceso que podemos resumir en algo así como “una vaca que adelgaza mientras que el número de ordeñadores no para de crecer”. Esos momentos pueden coincidir, además, con crisis en la producción de alimentos, cambios sustanciales en el clima o explosiones demográficas. La salida a esos ciclos (para reiniciar otro nuevo) supone afrontar -y padecer- conflictos altamente destructivos que conducen a un nuevo “reseteo”. 

-La vida sin más como una sucesión de ciclos “experienciales”. Lo biológico impone muchas veces esa sucesión. Cuando se empieza a enfilar el tramo final de una vida profesional, esa evidencia irrumpe de forma insoslayable. En lo esencial, empezamos a ser conscientes de las limitaciones que a un organismo se le va imponiendo por el desgaste acumulado. En situaciones así, se empieza a pensar en otros términos muy distintos a los “aspiracionales” de los 30 ó 40 años (o a los de la necesidad de integración en el mercado de los 25). Sabes que otro momento de tu vida se está iniciando. La actitud con la que se afronte marcará definitivamente las diferencias a la hora de cómo afrontarlo (y disfrutarlo). 

La convicción que puede ayudar a responder de manera positiva a la pregunta que planteaba al inicio de este artículo (¿es posible mantener la esperanza?) es que cada nuevo giro que da la vida, cada nuevo cambio que se inicia, lo hace sobre lo experimentado previamente. Algo nuevo nace, pero algo que está, de una manera u otra, más plagado de sabiduría.

Lucas Ricoy