El cambio civilizatorio es una realidad innegable. Pero estamos viviendo en una época contradictoria. Actualmente, el acceso a la información y el conocimiento es rápido y puede ser masivo. La digitalización y las redes ponen a disposición de cualquier persona libros, artículos, cursos, vídeos, audios, conferencias, debates, etc. A pesar de esto se nota en la convivencia y en el clima social existente, un claro predominio de la superficialidad, la distracción constante y la dispersión. Es lo que el filósofo Guy Debord denominó sociedad del espectáculo, en el título de uno de sus libros más famosos. Es lo que se observa por todas partes, la apatía hacia la cultura o el conocimiento, y el predominio de lo banal y superficial. Aunque también es cierto, que existe una parte más bien minoritaria de las personas, que mantiene vivo el deseo de aprender, leer, y que encuentra en el conocimiento una forma de vivir mejor, con más intensidad y plenitud. La curiosidad es fundamental en la existencia de cualquier persona, y la creatividad es otra forma de poner en acción la capacidad de cada sujeto, para ser la mejor versión de sí mismo. El interés por diversas disciplinas es otra posibilidad, que se puede aprovechar. La diversión y la cultura no son enemigos, sino aliados en el desarrollo y construcción de una vida más rica.
De todos modos, muchos se desentienden del saber, a pesar de que el acceso al mismo es muy fácil. Otra cuestión que destacar es el exceso de estímulos que fragmentan la atención, y esto causa que lo inmediato sea visto como más importante, frente a lo que requiere un esfuerzo sostenido como, por ejemplo, la lectura de un libro. Se trata de priorizar una mínima organización del tiempo, de tal forma que se divida el tiempo y se pueda hacer todo, no desperdiciando el tiempo de cada día en banalidades. Los lectores y creadores colaboran a expandir la cultura y el arte. También es cierto que la mayoría de la gente prefiere consumir entretenimiento ligero y prácticamente nada más, y están en su derecho como es lógico, ya que así lo prefieren. Es evidente que a lo largo de la historia siempre ha existido una minoría dedicada a cultivar el saber, y actualmente con los medios tecnológicos disponibles en la era digital, la difusión de las creaciones culturales y del conocimiento es infinitamente más potente que hace varias décadas, en las que todavía no existía internet. El escribir, por ejemplo, ya supera las fronteras de los países, no solo a través de los artículos publicados en diarios digitales, y de los libros a los que se puede acceder a través de bibliotecas y librerías y también en el formato de libros electrónicos.
Además, numerosas tesis doctorales y libros están digitalizados, y son de acceso libre y gratuito en los principales buscadores de internet. De todos modos, los canales de Youtube, los podcasts de filosofía, las revistas digitales y los cursos abiertos y gratuitos de universidades internacionales, son ejemplos indudables de cómo la cultura sigue generando interés y pasión. El conocimiento es disfrute. Quien se adentra en la lectura de una novela capta nuevos mundos o realidades humanas, el que comprende una ecuación matemática descubre el valor de la ciencia, quien se asoma a la historia conecta con el pasado y con la tradición humana que nos constituye, el que lee filosofía acumula conocimientos y reflexiona. Estos placeres son más profundos y duraderos, que la gratificación inmediata de un vídeo viral.
La curiosidad se puede encender con las preguntas, los enigmas, los hallazgos, y con lo que se aprende investigando. La creatividad puede ser el puente para hacer más apasionante el conocimiento y la cultura, con nuevos modos de expresión sin perder profundidad. La gran pregunta de fondo es, si basta con divertirse y con llenar el tiempo de estímulos. ¿O necesitamos también comprender, pensar y crear? La respuesta para muchos es clara: la diversión no lo es todo. Es indudable que la clave es vivir con amplitud, no conviene restringirse a una sola dimensión.
La minoría que todavía disfruta de la lectura cotidiana y de la actividad cultural no es insignificante, y además inspira y abre caminos. Es evidente que el futuro no está escrito. Puede que nunca se logre, que toda la sociedad se apasione por el conocimiento, pero tampoco es imprescindible. Ya muchos jóvenes comparten reseñas de libros en redes, y multitud de científicos en todo el planeta explican sus descubrimientos con pasión en revistas científicas, que poseen un alcance global. Todo esto multiplica la esperanza, en relación con el auge del conocimiento y la cultura. La fuerza, el entusiasmo y la pasión son las herramientas o actitudes, que se deben desarrollar desde la niñez en los centros educativos, para que el fuego del conocimiento nunca se apague y que cada vez arda de forma más poderosa, con el paso de los años y las décadas, lo que supone una vida más plena y consciente.
José Manuel López García