Es absolutamente necesaria la objetividad y coherencia, tanto en la vida personal como en la social. De lo contrario, lo que sucede es que la desconfianza y el relativismo es lo que predomina. Vivimos en una sociedad digital en la que proliferan las incoherencias, las mentiras, las manipulaciones y las tergiversaciones. La verdad, en bastantes ocasiones y situaciones se abre paso con gran dificultad, y esto es lamentable. La realidad es que estamos viviendo en la sociedad de la posverdad, en la que la objetividad y la verdad son valores en crisis. Y esto sucede porque una parte de las personas consideran que su valoración subjetiva de las cosas es la que es cierta, sin tener en cuenta los hechos que no forman parte de lo opinable. Esta distinción es clave. Y la cuestión esencial es preguntarse qué significa ser objetivo: es analizar los hechos sin que las emociones, prejuicios o falsas ideas o los intereses personales dominen los análisis. Entender las cosas como son en sí mismas. También es preciso establecer la diferencia clara, entre la opinión subjetiva y la constatación objetiva. Por ejemplo, si se confirma que en Estados Unidos hay más armas en manos de los ciudadanos que habitantes de este país, esto es una constatación objetiva que no se puede negar, nos guste o no. Nadie puede poner en duda este hecho que ha sido verificado. Son frecuentes también las opiniones sesgadas, en relación con intereses económicos o por cuestiones de poder, que se aplican a hechos o a situaciones que objetivamente no deben ser objeto de manipulación opinativa interesada.
Ser coherente implica actuar conforme a lo que se piensa y se afirma. Un ejemplo muy evidente de que esto no se cumple en muchos casos o situaciones en el mundo actual es que hay personas que defienden la justicia, y actúan de modo injusto en la vida cotidiana. La incoherencia en la sociedad actual es algo presente en numerosas situaciones, ya que hay personas que reclaman respeto, pero no respetan y demandan derechos sin cumplir sus deberes. Es una doble vara de medir, más rigurosa para los demás y muy permisiva para los que la aplican. Lo que produce como efecto o consecuencia la disminución de la confianza mutua en la convivencia interpersonal. En la sociedad de la desconfianza y la mentira o posverdad en la que vivimos, la emoción y la conveniencia personal pesan más que la verdad, que debe ser el valor rector para las personas buenas. En política, redes sociales y en los medios de comunicación se observan abundantes ejemplos, ya que se instalan realidades paralelas que niegan hechos comprobados.
Las medias verdades también son una forma de manipulación, y pueden ser incluso más peligrosas incluso que las mentiras, porque producen confusión y lo que todavía es peor: apariencia de verdad.
La objetividad requiere datos completos o que no sean parciales. Si cada persona inventa su verdad, desaparece la coherencia y se tergiversa todo. Se pierde o desaparece el sentido de lo que se dice. No es extraño que haya desaparecido la confianza en la política y las instituciones y hasta en la convivencia diaria, porque una considerable parte de todo el entramado social está atravesado por la tergiversación, la falta de respeto a los demás y el incumplimiento de lo que se promete o dice. Es también un riesgo para la democracia y la vida cívica.
Se siente la necesidad de recuperar la capacidad crítica, que supone buscar datos verificables y contrastar fuentes. También es esencial la separación o diferenciación entre hechos, opiniones y creencias y no mezclarlos de manera arbitraria, ya que es lo que produce incoherencia.
Se puede superar la posverdad, con un firme compromiso con la coherencia y la verdad. Aunque en ocasiones decir la verdad pueda ser incómodo esto no supone que no sea imprescindible, ya que se debe pensar en la mejora de la convivencia social, que puede ser sana y no estar viciada por las mentiras. La responsabilidad empieza en cada uno. Los beneficios de una sociedad en la que se respete la coherencia, objetividad y verdad es algo, que produce un cambio de paradigma muy positivo para todos. Lo que no significa que sobre innumerables cuestiones las opiniones no puedan ser libres, en relación con gustos personales y creencias del tipo que sean. Pero es indispensable que en el uso de argumentos las personas que dialogan o debaten sean rigurosas, y se atengan a los hechos probados. Además, es fundamental que no se sostengan comparaciones muy superficiales sobre determinados asuntos, y no se quiera razonar de una forma proporcionada, en relación con lo que se expresa. Lo de limitarse a ver solo un aspecto de una cuestión, y no el resto de los detalles claves para la realización de una coherente argumentación, sobre un asunto objeto de debate es algo muy frecuente, y que se debería corregir. Se trata de usar la lógica de la argumentación. Se pueden aprender las reglas para hablar o razonar con coherencia y rigor. Ver video
José Manuel López García