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José Manuel López García
Apunte

Trabajar no es un deporte de élite

15-10-2025

Hace pocos días, en su campaña contra la jornada laboral de 37,5 horas, el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, hizo unas declaraciones llamativas en las que reprochaba a la clase trabajadora y a los impulsores de la medida que Carlos Alcaraz, el mejor deportista español del momento, no trabajaba esas horas. No hace falta tener una orientación ideológica concreta para apreciar el nivel de demagogia que encierra esa frase tan efectista, que no sabemos si se pronunció por inconsciencia o simplemente por afán de llamar la atención. 

Lo primero que me atrevo a afirmar es que no, efectivamente Alcaraz no se dedica al tenis de forma activa 37,5 horas a la semana, sino, como cualquier deportista, muchas menos. Porque, según los expertos a los que he consultado, por muy exigente que sea el deporte profesional —y más aún el de élite—, ningún cuerpo soporta 37,5 horas semanales de trabajo físico al máximo nivel. 

Pero eso no es lo importante. Lo verdaderamente relevante es que la comparación no tiene ningún sentido: el deporte de élite y el trabajo no tienen nada que ver. Y si alguien pretende asociar trabajar más con éxito y trabajar menos con fracaso, está argumentando de mala fe.El señor Garamendi debería saber que el debate sobre el éxito, en los países y empresas más avanzados, no gira en torno al número de horas, sino en torno a valores como la productividad, la innovación, la formación, el compromiso y el bienestar laboral. 

Eso es precisamente lo que ha permitido que las naciones más desarrolladas hayan avanzado en esta dirección, sin recurrir a comparaciones con las horas que dedican a su actividad las estrellas del deporte. Ahí está el caso de Francia, donde la jornada de 35 horas está consolidada desde el año 2000 y nadie la cuestiona, quizá porque incluso los empresarios creen en los principios de la Revolución Francesa de 1789. O, dejando atrás las mitomanías individuales, porque creen en el trabajo en equipo. Y de eso trata el progreso: de que sea compartido. 

También hay ejemplos como Islandia o Suecia, entre otros países, que han experimentado con reducciones de jornada y han demostrado que los resultados son positivos: más productividad, menos estrés y mejor calidad de vida. No es una utopía, es una realidad comprobada. Las empresas que apuestan por jornadas más cortas no pierden competitividad; al contrario, ganan en eficiencia y en capacidad para atraer y retener talento. 

El discurso catastrofista de la CEOE quiere hacernos creer que trabajar menos equivale a perder, cuando la experiencia internacional demuestra exactamente lo contrario. La reducción de la jornada laboral no es un capricho ni una ocurrencia improvisada: es una demanda justa y necesaria para adaptar nuestra economía a un siglo XXI que ya no se mide solo en horas, sino en conocimiento, innovación y bienestar. 

Y aquí es donde conviene volver a la comparación con Alcaraz. El trabajo de un deportista de élite es excepcional y efímero, marcado por el talento y por una carrera corta. En cambio, el trabajo de una enfermera, un repartidor, una maestra o un técnico informático es el que sostiene la vida cotidiana del conjunto de la sociedad. Confundir esos dos mundos no es solo una frivolidad: es una falta de respeto. 

Por eso, desde el Sindicato de Trabajadores, defendemos la jornada de 37,5 horas como una conquista que nos acerca a las economías más avanzadas del mundo y que garantiza un futuro más digno para todos. Porque el trabajo no es un deporte de élite: es un derecho y una necesidad colectiva, y las reglas que lo regulan deben responder a la justicia social, no a la retórica vacía de quienes nunca han pisado un taller, una fábrica o un hospital. Jordi Margalef / Secretario de Comunicación del Sindicato de Trabajadores (STR)

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