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Mi rincón

Ser fuerte, ser humano

17-11-2025

Hay que ser fuerte cuando uno se siente débil, hay que ser valiente cuando el miedo amenaza con paralizarnos. Pero también hay que ser humilde cuando la vida nos sonríe. No hay mayor signo de grandeza que saber mantener los pies en el suelo cuando los éxitos podrían hacernos despegar. En un mundo que aplaude el brillo y la apariencia, la verdadera fuerza está en conservar la humanidad. 

Nos han enseñado a competir, a vencer, a destacar. Desde pequeños se nos impulsa a buscar la meta, a demostrar, a llegar más lejos que los demás. Pero rara vez se nos enseña a ser generosos, a compartir lo que tenemos, a mirar alrededor con ternura. Se nos habla de ambición, no de compasión, de logros, no de empatía. Y así crecemos, confundiendo valor con dureza, y triunfo con superioridad. 

Ser fuerte no significa no caer, significa levantarse, aunque duela, aunque el camino parezca imposible. Ser valiente no es no tener miedo, es avanzar a pesar de él. Pero la valentía sin humildad se convierte en soberbia, y la fortaleza sin empatía acaba siendo frialdad. El equilibrio verdadero se alcanza cuando uno es capaz de luchar por sí mismo sin olvidar a los demás. 

El éxito, cuando llega, pone a prueba el alma más que el fracaso. Porque el fracaso enseña, corrige, humaniza. El éxito, en cambio, puede cegar. La humanidad es el ancla que evita que la victoria se convierta en vanidad, y solo quien sabe agradecer, reconocer, y mirar a los otros sin sentirse por encima, ha entendido realmente lo que significa vencer. 

Vivimos tiempos en que la soberbia se disfraza de mérito, y la prepotencia de seguridad. Muchos confunden la autoestima con el ego y la valentía con la arrogancia, pero el verdadero valor está en ser sencillo cuando todo invita a presumir, en seguir siendo justo cuando se podría abusar del poder, en tender la mano cuando es más fácil mirar hacia otro lado. 

Pensar en los demás no es una debilidad, sino un signo de inteligencia emocional. En un mundo que premia la indiferencia, la empatía se convierte en una forma de resistencia. Ser capaz de detenerse, de escuchar, comprender el dolor ajeno, es un acto profundamente revolucionario. No se trata solo de ayudar, sino de reconocer que todos formamos parte del mismo tejido humano, frágil y necesario. 

Vivir humildemente no significa renunciar a los sueños, sino vivirlos sin pisar a nadie. Significa disfrutar de lo esencial, valorar lo cotidiano, y no depender del aplauso para sentirse vivo. La humildad no es pobreza, es lucidez, la conciencia de que lo que hoy tenemos puede cambiar mañana, y que la dignidad no se mide por los bienes, sino por los gestos. 

Quizás la auténtica sabiduría consista en eso, en ser fuertes sin ser duros, valientes sin ser altivos, y humildes sin ser sumisos. En recordar que todos, en algún momento, necesitamos la comprensión de alguien. Que nadie es tan poderoso que no requiera afecto, ni tan débil que no pueda ofrecerlo. 

La vida, al final, no se mide por lo que conseguimos, sino por lo que somos capaces de dar. Y solo quien ha aprendido a combinar la fuerza con la ternura, la valentía con la empatía y la humildad con la gratitud, puede decir que ha comprendido lo que realmente significa ser humano.

Conchi Basilio


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