Todos los seres humanos estamos capacitados para experimentar una amplia variedad de emociones. Estas surgen al hacernos conscientes de lo que ocurre a nuestro alrededor y de sus implicaciones para nuestras vidas y las de quienes nos importan. Es uno de los regalos que nos ha ofrecido la evolución, lo que demuestra el poder de los afectos para sobrevivir en la vasta complejidad del mundo.
Una de las emociones más relevantes es el miedo, una respuesta compleja asociada a la presencia de una amenaza inminente y que nos prepara para afrontarla de manera eficaz. Pese a que muchas personas evitan experimentarlo, en nuestro pasado remoto nos permitió trascender a los innumerables peligros del entorno natural. En aquellos momentos, luchar o huir con inmediatez marcaba la diferencia entre vivir y morir.
En las sociedades modernas, no obstante, el miedo se ha transformado en algo distinto. Las frondosas junglas de antaño, las amplias estepas y las oscuras cavernas, se han convertido en un laberinto de cemento. Ya no es común atisbar la presencia de un depredador en las proximidades o una catástrofe natural acechando en el horizonte. Lo que ahora nos aterra suele ubicarse en algún punto indefinido del futuro. Leer más
Joaquín Mateu Mollá