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José Manuel López García
Mi columna

Problemas retorcidos

05-08-2022

La vía desde la que accedemos a los problemas marca definitivamente la manera de entenderlos. Este es el punto de vista que defiende el constructivismo, un modelo de gestión del conocimiento que no niega la posibilidad de conocer el mundo en el que vivimos, aunque sostiene que cada cual lo hace a su particular manera y desde esquemas cognitivos forjados sobre la base de experiencias previas, valores recibidos, modelos de referencia o influencias sociales vinculadas a nuestro estatus. Ello tiene el inconveniente de crear visiones limitadas y sesgadas de ciertos problemas que requieren necesariamente otro abordaje más integral y comprehensivo, como suele decirse.  

Lo cierto es que desde las ciencias sociales hace décadas que nos vienen avisando de que cierto tipo de problemas responden a las características de lo “retorcido”. Bien podría utilizarse el calificativo de “puñetero”, pero es evidente que no presta recurrir a un término así en ambientes académicos (aun siendo sumamente expresivo y cargado de significado). Horst Rittel y Melvin Webber, los autores que acuñaron el término en cuestión, lo definieron de la siguiente manera: “un problema que es difícil o imposible de resolver dado que presenta requisitos incompletos, contradictorios y cambiantes que generalmente son difíciles de reconocer”.  

Consideran estos autores, además, que las características que definen este tipo de problemas son: (1) no hay una solución obvia; (2) muchos individuos y organizaciones están necesariamente involucrados; (3) hay desacuerdo entre las partes interesadas; y (4) la solución requiere cambios de comportamiento de un buen número de actores. Lo cual podría ser traducido por un: “sin una solución definitiva, con demasiados intereses contrapuestos, y la condición necesaria de que un gran número de personas cambien de hábitos y costumbres”. Casi nada. 

Hace poco leí un hilo en una red social sobre el problema del consumo del fentanilo en los Estados Unidos. Estamos, sin duda, ante una de las epidemias más silenciosas y mortíferas de los últimos años. Una de las personas que intervino en el hilo -y de forma muy taxativa- defendió que la extensión del problema era debido a un mercado pletórico y de abundancia (también para este tipo de sustancias) y al abandono de la moralidad clásica (esto es, la familia y los valores del “trabajo duro, el esfuerzo y el compromiso”) por otra moralidad más centrada en el hedonismo. La cuestión es si estas razones explican suficientemente el fenómeno. Se da la casualidad (que a lo mejor también es causalidad) de que esta epidemia se ha cebado especialmente en comunidades ubicadas en el denominado “cinturón del óxido”, una zona de Estados Unidos caracterizada por el declive industrial y el impacto profundo que ello ha tenido en comunidades y familias. Algún estudio ha descrito el perfil del consumidor-tipo de fentanilo en este entorno de la siguiente manera: mediana edad, nivel formativo básico, hombres, sin familia (o viviendo al margen de una unidad familiar). ¿Todas estas otras características no apuntan a un -de nuevo- modelo multivariante de causas con capacidad para explicar el fenómeno? ¿La falta de perspectivas, la imposibilidad de desarrollar un proyecto vital, incluso la carencia de una educación o formación que permita ponderar adecuadamente los riesgos de ciertos consumos, no son relevantes? ¿Qué peso o incidencia tiene cada uno de ellos? ¿Cuáles son las causas raíz, cuáles son los factores coadyuvantes y cuáles funcionan como meros desencadenantes?  

Es muy posible que la estrategia menos recomendable para solucionar los problemas retorcidos sea la de, precisamente, tratar de solucionarlos enteramente y de golpe. Frente a esa visión de máximos, otros expertos como Charles Lindblom, han defendido la estrategia de mínimos acumulativos. Sostiene Lindblom que en muchas ocasiones las soluciones “de salir al paso” y de alcance limitado son las que realmente operan en la vida diaria de las organizaciones. No obtienen los mejores resultados posibles –solo “subóptimos”- pero sí aceptados por la gran mayoría de las partes implicadas. Al final, el acto de decidir se centra en realizar ajustes diarios marginales. Por sí mismos consiguen muy poca cosa, pero es su acumulación la que acaba generando cambios sustanciales. 

Quizás, a día de hoy, que el índice de mortalidad de los accidentes de tráfico esté en un nivel sensiblemente inferior a los de los años 80 ó 90 se deba a una combinación de medidas de concienciación, represivas (también), de perfeccionamiento de los dispositivos de seguridad en los vehículos y de mejora progresiva en las infraestructuras. Son todos ellos frentes en los que se han ido introduciendo cambios parciales y limitados, pero en el contexto de un proceso gradual en el que la interacción de todos ellos ha dado como resultado una sensible mejora del índice anteriormente mencionado. 

Y es que los seres humanos somos, definitivamente, muy curiosos. Perseveramos en un determinado entendimiento de los problemas y cuanto más preparados y formados estamos (son abundantes las investigaciones que así lo postulan) más perseveramos en apuntalar ese -nuestro- enfoque. Demostramos ser especialmente listos en encontrar argumentos sagaces y brillantes…para acabar defendiendo lo mismo que veníamos defendiendo, desconsiderando (cuando no despreciando) otras posibles explicaciones. Esto supone, precisamente, un casi insuperable hándicap para abordar los problemas retorcidos desde una cierta capacidad omnicomprensiva, paso previo a cualquier solución de conjunto. 

Precisamente, esa "completitud" en la comprensión requiere el saber distinguir tipos de causas y descifrar el entramado que las interrelaciona de modo mínimamente convincente. En la aproximación a todo ello no dejo de observar enfoques constructivistas, quizás porque nuestra capacidad de procesamiento secuencial no da para tanta "data" propia de procesos en los que un buen número de variables se retroalimentan dinámicamente entre sí (y eso en el caso de que previamente hayamos conseguido desechar la información irrelevante o directamente prescindible). 

Así que, si queremos “apretar un poco”, quizás deberíamos de empezar por no pretender abarcar tanto. Y ser conscientes de que otros deberán de venir a completar lo que nos está faltando.

Lucas Ricoy


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