Ante la rapidez y la aceleración de la vida en la era digital, una de las soluciones para la superación de las circunstancias de cada día es la capacidad imaginativa. La identidad es algo que permanece a lo largo del tiempo, aunque nuestra mente cambie y la forma de ser se vaya transformando paulatinamente, con el transcurso del tiempo.
La fuerza y potencia de la imaginación ha sido ensalzada por Einstein y por numerosos filósofos, entre ellos Emilio Lledó. A lo largo de su magisterio y de su producción escrita ha resaltado la gran significación de la libertad de las palabras y del vuelo de la imaginación, para ir forjando una vida libre y plena. Como escribe en su libro Identidad y amistad “no estamos en el mundo, somos el mundo”.
Frente a cualquier tipo de dogmatismo o pensamiento cerrado es necesario estar abierto a las infinitas posibilidades, que nos ofrece la realidad humana en la que estamos, para desarrollarnos al máximo como personas, en todos los sentidos.
El mundo del pensamiento o de la filosofía y el de la ciencia y de las diversas artes es ilimitado en su amplitud y diversidad crecientes. Más aún con los recursos que ofrece Internet y que están creciendo a ritmo exponencial, considerando también la prodigiosa realidad presente en los libros y que también está al alcance de todos los que tengan interés y curiosidad.
La libertad depende de la capacidad de entender e interpretar, algo que también es puesto de manifiesto por Lledó. En efecto, vivimos en un mundo de lenguaje o de palabras y esto es fundamental para comprender en todos los aspectos, lo que es el ser humano, en todas las dimensiones posibles.
Lo que supone que el reforzamiento de la educación y la formación es esencial, para que los ciudadanos adquieran las habilidades cognitivas y la capacidad crítica, para poder disponer de un pensamiento propio que no se deje engañar por falsedades, mentiras y medias verdades, en un mundo líquido, en el que convivimos con los demás.
En realidad, además de ser nosotros mismos en la existencia cotidiana, podemos reinventarnos continuamente, en muchos aspectos y situaciones de nuestra existencia. La capacidad combinatoria que es una de las bases de cualquier proceso creativo o inventivo, también es algo óptimo en la construcción de la propia vida, en función de las metas, fines y propósitos que tengamos, sin perjuicio de poder plasmar también nuestra originalidad en todo lo que hacemos, de forma libre.
En la vida de cada ser humano, se pasa por distintas fases y esto es determinante para el entendimiento de la identidad personal, que se siente a través de la memoria. Incluso las emociones, sentimientos y sensaciones dependen de la química cerebral y también los pensamientos, algo en lo que han insistido científicos de la talla de Severo Ochoa.
Aunque no todo es Química, como venía a decir Gustavo Bueno interpretando o comentando a Ochoa, es cierto que las bases materiales que conforman el cuerpo humano explican el surgimiento de la inteligencia humana y de la libertad.
Los procesos cerebrales son físico-químicos y las decisiones conscientes están condicionadas más de lo que comúnmente se cree, por el funcionamiento cerebral no consciente, según las últimas investigaciones en neurociencia. Parece que lo que se quiere y se desea hacer en la vida está dentro del cerebro de manera más profunda de lo que se pensaba hace décadas.
Como escribe Emilio Lledó la mismidad, la identidad o el yo “no es un espejo sino un río, un río de palabras, el supuesto fondo de nuestra intimidad”. Es verdad, somos seres de lenguaje, de palabras. Y los términos también expresan sentimientos y emociones, también a través de la entonación, además de por sus significados. La libertad y la imaginación son, por tanto, poderes extraordinarios que superan todos los obstáculos pensables y son las palancas que hacen posible que desarrollemos proyectos de todo tipo.
Los cambios en la vida forman parte de la misma, de modo inexorable y esto es algo a considerar, con todo lo que supone y representa. La temporalidad y fugacidad de todo es también una oportunidad para reiventarnos y mejorarnos en infinidad de situaciones.
La búsqueda de lo mejor o del florecimiento o excelencia personal que también buscaba Aristóteles sigue estando vigente en la actualidad, incluso como algo más indispensable o deseable todavía que en la Antigüedad, si cabe. Y los valores éticos fundamentales para conseguirla son: libertad, prudencia, perseverancia y tenacidad. Ver video
José Manuel López García