Actualmente, frente al relativismo y el escepticismo parece que cada vez es más necesario, un enfoque o planteamiento universalista de los problemas económicos y sociales. El neoliberalismo individualista no reconoce los Derechos Humanos en su integridad, lo que impide el logro de la justicia social y también la consolidación de políticas solidarias, que apoyen suficientemente a las capas desfavorecidas, de las sociedades de los diversos países. El universalismo, en su forma clásica, surgió en la época ilustrada, en pleno siglo XVIII. Filósofos como Kant, Rousseau y Locke reafirmaron el extraordinario valor de la racionalidad y el progreso y también de la moralidad o la eticidad, como pilares sustentadores de una sociedad inclusiva y libre. Desde esta perspectiva, se puso de relieve que los derechos y deberes deben garantizarse sin distinción, a todos los seres humanos. EL deontologismo universalista kantiano es un ejemplo muy claro de la significación de los deberes, o lo que es lo mismo del deber por el deber, que no supone que no existan los derechos, ya que son la contraparte de las obligaciones éticas, que son comunes para todos. Los principios éticos son iguales para toda la humanidad. De otra forma, viviríamos en el más absoluto caos y desorden.
Las leyes o el ordenamiento legal vigente en los países se fundamentan en el cumplimiento de una ética mínima o básica que es, en realidad, la expresión de un universalismo ético imprescindible. Pensadores como el alemán Markus Gabriel y otros insisten en la necesidad de subordinar los intereses económicos y políticos, a un cierto igualitarismo, con el énfasis en el mantenimiento del Estado del bienestar y la protección social y económica a los ciudadanos. También es cierto que, desde los planteamientos del universalismo radical, como el del filósofo israelí y alemán Omri Boehm, se trata de luchar contra la injusticia buscando la igualdad absoluta de las personas. Aunque esto parezca utópico, en realidad, es la manifestación de la negación de una distopía que seguirá creciendo, si no se toman medidas políticas y económicas, que potencien realmente el bienestar general, desde una concepción universalista de los derechos. No se trata de negar la diversidad, sino de profundizar en la humanización de la existencia humana, frente a particularismos excluyentes o políticas clasistas o elitistas, que no respetan los Derechos Humanos.
Es evidente que una mejor redistribución del pago de impuestos es esencial para una mayor igualdad económica, frente a la pobreza. Aunque desde el liberalismo se argumenta que la eliminación de diferencias socaba la libertad individual no es cierto, porque la dignidad y la suficiencia económica de todos los ciudadanos es un derecho absoluto.
No se trata de que desaparezcan las estructuras tradicionales como la familia, la nación y la propiedad. Lo que se plantea es la necesidad de proteger a todos los sujetos. En cuanto a las entidades políticas supranacionales como la Unión Europea, por ejemplo, existen para proporcionar calidad de vida, progreso y paz a la totalidad de los ciudadanos europeos, y esta debería ser la esencia de lo que deben ser los organismos políticos, que agrupan a distintos países, con una identidad similar e intereses coincidentes.
Desde el pragmatismo, en muchos casos, se cuestiona la viabilidad de un mundo sin jerarquías ni diferencias, porque se considera que la sociedad humana necesita, desde un análisis histórico, un cierto grado de organización estructurada. Pero esto no supone que el establecimiento de un cierto orden cause la opresión y la exclusión de colectivos de personas, por una falsa interpretación de una realidad humana, que debe ser fraterna y no violenta o agresiva, sin respetar los derechos de todos.
El universalismo ético es la base sustentadora de una convivencia más respetuosa y a la vez más enriquecedora para todos. Frente a divisiones que conducen a la desigualdad se trata de potenciar la creatividad y unas políticas estatales, que busquen el bien común y no los beneficios de grandes corporaciones, a costa del empobrecimiento de la mayor parte de la ciudadanía. Frente al control, cada vez mayor, del capitalismo de la vigilancia es preciso el reforzamiento de la privacidad de los ciudadanos y de sus datos personales.
El pensamiento crítico y la creatividad son esenciales, para evitar la uniformización de las formas de pensar y también para huir de cualquier tipo de imposición, en relación con ideas o ideologías. La libertad de expresión está en peligro, con el pensamiento único o unidimensional. En la cultura de la imagen y del espectáculo, en la que se vive actualmente, es indudable que la alta cultura sigue siendo fundamental, frente a actitudes superficiales, que solo dan importancia a lo insustancial y poco relevante. Estamos asistiendo a un cambio de era o civilización, que está transformando la realidad, de una manera preocupante, porque una parte de la sociedad está cambiando de valores y desprecia el esfuerzo, el mérito y los principios en los que se apoya el mundo occidental, heredero del mundo grecolatino antiguo. Aunque también es cierto que el universalismo actual se sustenta en la racionalidad y en la justicia, lo que es esperanzador. Ver video
José Manuel López García